"Mi buen amigo es antinolanista, yo un nolanista acérrimo" por Álvaro Alonso
Caminaba por el jardín de mi casa
al ritmo del perro del vecino. Como se imaginan, es el único contacto que tengo
con la realidad en estos días de encierro primermundista.
Tal vez sea ese único momento del día en el que no hay nada más que yo. Ni trabajos,
ni estudios, ni móvil, ni noticias. Todas esas cosas que se agarran a una vida
y la consumen como una garrapata hambrienta, desaparecen de un plumazo. No sé
si el que se lo lleva es el viento cojonero
que ataca estos días. Pero no pretendo buscarle una explicación racional, más
allá de disfrutarlo.

Admitámoslo,
esto de la cuarentena tiene aspectos positivos, a pesar de los delirios que
puedan provocar en días venideros (ya verán cuando llevemos tres semanas).
Profundicen en sus experiencias personales, es muy probable que encuentren algo
favorable de lo que nos está sucediendo. Comprendo que a veces sea aburrido,
pero estoy seguro de que gracias a ello descubrieron algo de su casa que no
habían visto antes. Existen secretos inmundos hasta en el lugar más pequeño de
este mundo. Y se pueden hacer muchas cosas, al fin y al cabo, es echarle
imaginación. Si, encima, tienen hermanos se doblan o triplican las
posibilidades.
Dicen, “todo cambiará con lo que
nos está sucediendo”, “nada será igual tras esto”, pero por el amor de dios,
desde cuando cada día es igual. Si se fijan bien todo cambia constantemente. No
llego a comprender algunas frases del todo. Con solo un verano y unas cuantas
copas de más, perdí gran parte del miedo escénico que me había amedrentado
durante 18 años. Desde cuando “algo” no cambia “algo”. Es evidente el impacto
del coronavirus en nuestras vidas desde lo económico a lo relativo al hogar. Y
aquí entra en juego la soledad que seguramente sientan un cuantioso número de personas.
Algunas ya habrán pasado por ella, otras se habrán desvirgado en este sentido.
Lo más probable es que, cuando todo esto haya pasado, los segundos vuelvan a
casa tan solo para lo necesario y los primeros sigamos empecinados en lo
nuestro. Así que sí, esto puede ser un punto de inflexión en nuestras vidas;
pero otro más, tampoco dramaticen.
Les
decía que caminaba. Pues sigo caminando. Observo esas plantas y arbustos que
había plantado de pequeño. Están irreconocibles con respecto a aquellos tiempos
en los que yo no tenía el pelo largo. Supongo que el tiempo a todos nos cambia.
Entre plantas, gata y viento descomunal se piensa, y mucho. Se me va la mente a
los amigos. A los que más quiero los tuve siempre lejos, por lo que para mí la
situación actual no cambia nada con respecto a lo previo. La soledad es algo
bastante frecuente en mí. Pero si algo bueno tienen estos tiempos
asombrosamente tecnológicos, es que puedo comunicarme con todos ellos in situ. Es
altamente gratificante, pero no llena el alma en su plenitud, en comparación
con aquellos meses del año en los que mis personas favoritas comparten codo a
codo la vida conmigo.
Mis
melancólicos días me han dado mucho tiempo para reflexionar sobre la amistad en estos mundos extremadamente
ideologizados. He escuchado a personas negándose a conocer a otras, por tener
pensamientos diferentes. No una, ni dos
veces. Que simple lo hacemos todo. Lo reducimos todo al mínimo posible. No sé
si porque nuestros cerebros están diseñados así (no), o porque nos acostumbramos
en exceso a que simplificar las cosas es lo más cool. En fin, ególatras simplistas. Merece la pena currarse un poco
más nuestras vidas. Nuestras amistades, sobre todo. A lo mejor hasta se
sorprenden.
No sé si es
el ejemplo más apto. Pero mi buen amigo es antinolanista, yo un nolanista
acérrimo. De hecho, voy captando que él me hace más fanático de Christopher
Nolan ¡Y además es del Atleti! Con estas vacas hay que arar. Pero entiéndanlo,
esto no va de lo que seamos, sino de cómo lo seamos. Al menos así debería ser.
Termino mi
caminata, y me vuelvo a casa. Hace frío.
Comentarios
Publicar un comentario