"Mi buen amigo es antinolanista, yo un nolanista acérrimo" por Álvaro Alonso

      Caminaba por el jardín de mi casa al ritmo del perro del vecino. Como se imaginan, es el único contacto que tengo con la realidad en estos días de encierro primermundista. Tal vez sea ese único momento del día en el que no hay nada más que yo. Ni trabajos, ni estudios, ni móvil, ni noticias. Todas esas cosas que se agarran a una vida y la consumen como una garrapata hambrienta, desaparecen de un plumazo. No sé si el que se lo lleva es el viento cojonero que ataca estos días. Pero no pretendo buscarle una explicación racional, más allá de disfrutarlo.
         A mi lado andaba la gata. No tiene nombre aún. Apareció inesperadamente allá por septiembre en la terraza y día tras día se fue convirtiendo en un miembro más de la familia. Lo que empezó con sobras de comida, terminó con croquetas y paté. Ahora siempre está por aquí, o caza ratones, o duerme en una caja preparada para ella. Da bastante vidilla a esta solitaria casa de las afueras, anima a salir, y si algo me proporcionó el dichoso confinamiento es poder estar más con ella. ¡El curso lo último que concede es tiempo!
       Admitámoslo, esto de la cuarentena tiene aspectos positivos, a pesar de los delirios que puedan provocar en días venideros (ya verán cuando llevemos tres semanas). Profundicen en sus experiencias personales, es muy probable que encuentren algo favorable de lo que nos está sucediendo. Comprendo que a veces sea aburrido, pero estoy seguro de que gracias a ello descubrieron algo de su casa que no habían visto antes. Existen secretos inmundos hasta en el lugar más pequeño de este mundo. Y se pueden hacer muchas cosas, al fin y al cabo, es echarle imaginación. Si, encima, tienen hermanos se doblan o triplican las posibilidades.
      Dicen, “todo cambiará con lo que nos está sucediendo”, “nada será igual tras esto”, pero por el amor de dios, desde cuando cada día es igual. Si se fijan bien todo cambia constantemente. No llego a comprender algunas frases del todo. Con solo un verano y unas cuantas copas de más, perdí gran parte del miedo escénico que me había amedrentado durante 18 años. Desde cuando “algo” no cambia “algo”. Es evidente el impacto del coronavirus en nuestras vidas desde lo económico a lo relativo al hogar. Y aquí entra en juego la soledad que seguramente sientan un cuantioso número de personas. Algunas ya habrán pasado por ella, otras se habrán desvirgado en este sentido. Lo más probable es que, cuando todo esto haya pasado, los segundos vuelvan a casa tan solo para lo necesario y los primeros sigamos empecinados en lo nuestro. Así que sí, esto puede ser un punto de inflexión en nuestras vidas; pero otro más, tampoco dramaticen.
      Les decía que caminaba. Pues sigo caminando. Observo esas plantas y arbustos que había plantado de pequeño. Están irreconocibles con respecto a aquellos tiempos en los que yo no tenía el pelo largo. Supongo que el tiempo a todos nos cambia. Entre plantas, gata y viento descomunal se piensa, y mucho. Se me va la mente a los amigos. A los que más quiero los tuve siempre lejos, por lo que para mí la situación actual no cambia nada con respecto a lo previo. La soledad es algo bastante frecuente en mí. Pero si algo bueno tienen estos tiempos asombrosamente tecnológicos, es que puedo comunicarme con todos ellos in situ. Es altamente gratificante, pero no llena el alma en su plenitud, en comparación con aquellos meses del año en los que mis personas favoritas comparten codo a codo la vida conmigo.

     Mis melancólicos días me han dado mucho tiempo para reflexionar sobre la amistad en estos mundos extremadamente ideologizados. He escuchado a personas negándose a conocer a otras, por tener pensamientos diferentes.  No una, ni dos veces. Que simple lo hacemos todo. Lo reducimos todo al mínimo posible. No sé si porque nuestros cerebros están diseñados así (no), o porque nos acostumbramos en exceso a que simplificar las cosas es lo más cool. En fin, ególatras simplistas. Merece la pena currarse un poco más nuestras vidas. Nuestras amistades, sobre todo. A lo mejor hasta se sorprenden.

   No sé si es el ejemplo más apto. Pero mi buen amigo es antinolanista, yo un nolanista acérrimo. De hecho, voy captando que él me hace más fanático de Christopher Nolan ¡Y además es del Atleti! Con estas vacas hay que arar. Pero entiéndanlo, esto no va de lo que seamos, sino de cómo lo seamos. Al menos así debería ser.
   Termino mi caminata, y me vuelvo a casa. Hace frío.



Comentarios

Entradas populares