"Hagamos como que todo va bien" por Álvaro Alonso
El tiempo, y sobre todo la soledad,
me han hecho un amante inconmensurable de la radio. A todas horas y siempre que
puedo, tengo puesto esas voces y sintonías que hacen de banda sonora de mis
días. Mientras como, mientras ceno, mientras me ducho o mientras camino sin un
fin concreto por el jardín de mi casa. Me he adaptado, también en esto, a la
nueva vida del confinado, y ya no escucho la radio en directo, entiéndanlo,
para un estudiante universitario, alargar las noches de juego y las mañanas de
sueño, es algo excesivamente placentero. Fíjense que escucho a Pepa Bueno y
Luis Herrero por las mañanas, a Carlos Herrera y Àngels Barceló a mediodía, y
las tardes las reservo para oír lo máximo posible de Carlos Alsina. Al revés en
todos.
En
estos días la dureza de los sucesos de la vida doméstica se hacía cada vez más visible.
No sé si les pasa a ustedes, pero en este mundo reducido a unas cuantas
paredes y a salones, cocinas y habitaciones, parece que los problemas que en la
realidad son simples reveses de la vida, se convierten en un apocalipsis mental
y sentimental. Todo cae por el precipicio de un chasquido. Yo por lo general he
sido muy inestable desde mi infancia, pero si de algo me alegro, es que mi vida ha
sido siempre bastante casera (no por gusto), por lo cual, en un principio, me he
adaptado bastante bien a esta nueva normalidad diaria. También soy muy de
imaginar, por ello pienso en todas esas personas que salían de casa todos los días,
que hacían su vida fuera de ella. Lo más probable es que vean su hogar como una
pequeña cárcel. Ya no les digo si tienen hermanos o hijos pequeños, eso podría derivar
en un pasillo parecido a la Franja de Gaza. Por suerte en estos tiempos de
encierro involuntario, lo único que hace ruido en mi casa es mi perra cuando ve
a la gata en el jardín.
Mi
medio de comunicación favorito ha demostrado el fascinante potencial que tiene,
y lo ha agrandado. Mi persona ya lo había constatado desde hace unos cuantos
años, la radio tiene ese punto sentimental de conexión locutor-oyente que no
consigue ninguno de los otros medios informativos. En los momentos más duros de
mi vida, la radio hizo el trabajo de ese hermano que nunca tuve o de ese amigo
que no vive cerca de mí.
En
mi familia siempre han sido muy de radio, por lo que este idilio comenzó hace
mucho tiempo, pero mis recuerdos son a partir de los ocho o nueve años,
empezando el día con Herrera en la Onda o
con Buenos Días Javi Nieves y acabándolo
con La Brújula de Carlos Alsina.
Evidentemente yo no tenía ni pajolera idea de lo que hablaban, pero hoy por hoy
cuando me pongo las sintonías de esos programas, no puedo evitar retrotraerme a
esos años inocentes y bastante tontunos.
Con el paso del tiempo me he adaptado a los cambios de cadenas y locutores, y
han entrado nuevos en mi vida. Cada uno de ellos me aporta un vistazo a la
actualidad y a la información desde un punto de vista diferente. Me siento
aprendido y acompañado con ellos y ellas, y muchas veces no es que esté de
acuerdo con su visión, pero qué más da, estamos en este mundo para escuchar, no
para hacer callar.
Así
que sí, el otro día, cuando vi que Carlos Alsina iba a hacer una especie de crossover con los principales locutores
de este país me emocioné enormemente. Aunque ellos no lo sepan, son mis amigos,
por lo que tienen una parte de mi corazón. Ver el reencuentro de Alsina y
Herrera fue de esos momentos radiofónicos que se te quedan en la retina para
siempre.
![]() |
Carlos Alsina, director del programa matinal de Onda Cero, Más de Uno. |
Ya
desde antes de estos días pandémicos, hace unos añitos, el programa de la
mañana de Onda Cero, es el que más ocupa mis horas. Recuerdo que, a finales del
año pasado, Spotify hizo una especie
de recopilación de horas que cada persona invirtió en canciones o podcast.
Adivinen cual era mi programa más escuchado. Me hizo bastante gracia, porque en
el apartado de podcast, los cinco más escuchados eran todos de Más de Uno. He
llegado a pensar (estos días dan mucho para ello), que soy una especie de
hooligan de Carlos Alsina y su equipo. Mis padres creo que piensan que soy un auténtico
cansino poniéndoles para cenar, el monólogo de Alsina, que ellos ya habían
escuchado. Porque claro, ellos madrugan.
Hace
unos meses me empecé a intercambiar mensajes con un colaborador del programa y
una persona llena de generosidad, como es Rafa Latorre. Me dijo que se podía
asistir a ver el programa, cosa que yo no sabía. Me ilusioné con la posibilidad
de acercarme a la capital de España en junio, a ver un programa de radio y de
darle las gracias a Carlos Alsina por ayudarme a sobrevivir a una soledad por
momentos delirantes e insuperables. Evidentemente, todo ello se fue al traste
con la situación actual. Pero seamos positivos, ya queda un día menos para
dejar todo esto atrás.
Lo
reconozco, y sin tapujos, he llorado escuchando el Diario de la Pandemia de
Alsina. Cada historia, cada persona a la que este diario del dio voz, tenía ese
sentimentalismo que, reconozcámoslo, debe de tener este confinamiento. Este
diario le dio ese punto de piña de todos los oyentes del programa. Yo que me imagino
a todos los oyentes, cogidos de la mano y cantando juntos el Facciamo a viva
voz. Con fuerza y unidos, lanzando esas palabras con la suficiente potencia
para que le llegue a esos que ya no están. A veces pienso que no nos damos
cuenta de la cantidad de personas que nos han dejado por el puñetero bicho.
30.000 personas son tantas historias, tantas vidas truncadas, tantas familias
rotas, ni me lo puedo imaginar. Este diario, a mí, me hizo comprender, sentir,
escuchar, y tal vez amar. Comprender que mis problemas, creídos como enormes,
en realidad son menudeces. Ver que existen otras vidas, y quitarme esa
egolatría que se tiene casi por naturaleza.
El
viernes, Carlos Alsina cerró su Diario de la Pandemia, y lo primero que me
salió fue desviar mis ojos a la ventana, y
esbozar una sonrisa al comprobar que el cielo estaba azul y que el sol brillaba alegremente.
Hagamos como que todo va bien, mis queridos amigos.
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