"Ese tipo de serie británica de la que usted me habla" por Álvaro Alonso
Me he enganchado a ese tipo de comedia británica corta y
amena que trata de la vida doméstica, relaciones o las amistades. En los
últimos años se han viciado en esas islas a ese estilo de hacer serie. He ahí Fleabag,
Crashing, Catastrophe, After Life o Trying. Antes de empezar a ver Breeders, ya
se hacía notar tenía todas las papeletas para unirse a esta tendencia
cinemátografica; padres, hijos, sus problemas y Chris Addison (uno de los
directores de Veep) al aparato. Cumplió las expectativas, y con creces ya que,
para mí, la historia de Ally, Paul y sus hijos, se ha convertido en una de las
comedias de la temporada.
Las emociones encontradas es un hecho, cuando existe algún
tipo de convivencia. Si a ello le unes unos hijos, esa confrontación de sentimientos
que lleva a la desesperación, va a mayores. Breeders
usa esa semilla para conformar sus tramas desde la primera escena del
primer capítulo: ese ruido provocado por los niños que lleva al padre a
explotar y al posterior arrepentimiento. No parte de nada nuevo que no se haya
tratado ya en las pantallas. Pero es a partir de ahí cuando la serie adquiere
una vigorosidad y personalidad propia; representación lo más fidedigna posible
de lo que es un hogar con hijos y de la función de la paternidad y maternidad.
Toca hasta los temas más intrínsecos de ser padre o madre,
sus consecuencias y las debilidades de los progenitores a la hora de ejercer
esa función cubierta de purpurina. Hace una demostración de esa cara oculta al
mundo que la paternidad y la maternidad tiene. Esa mezcla inevitable entre el
amor por los hijos y la exasperación de tener que tratar con bombas atómicas
hechas personas.
La virtud que pone encima de la mesa esta serie nace en la
propia actitud para tratar su temática. El ser padre o madre no son todo risas,
ni todo enfados o preocupaciones; es una mezcla desequilibrada de ambos. La
serie busca dosis de ambas partes dentro de esa comedia con la que la etiquetan
al principio. Dejarse llevar por la coña y el despiporre constante forma parte
de esa agradable irrealidad hollywodiense de las sitcoms. Ésta quiere ser algo más que eso. Y es que ya sabemos que
los estadounidenses haciendo series no es lo mismo que los británicos haciendo
series. Pero prejuicios aparte, si comparamos el tratamiento de las tramas
familiares de Modern Family y de Breeders se comprueban a la perfección las
diferencias entre ambos países, cinematográficamente hablando. Les animo a
ello.
Otro aspecto de lo más interesante es como enfrenta ese presente
agónico con ese pasado lleno de felicidad. Sí, ese en el que la ilusión por
tener pequeños era lo que que dominaba a los futuros padres, sin pensar en que
nada es tan fácil como se pinta. Usa un recurso bastante basicón para lograr esa contraposición, los flashbacks, aun así lo
hace tan emotivo y dulce que me puede demasiado. Lo siento.
El final de temporada merece mucho la pena, la reflexión de
que no hay que basar la paternidad y maternidad en las ilusiones y sí en la
realidad de las cargas es muy oportuno. Tener hijos no es el mundo de yupi, pero tampoco el infierno.
A ver si nos vamos haciendo a la idea.
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