"Una serie que ha hecho honor a su nombre" por Álvaro Alonso

The Walking Dead fue mi tercera serie. Recuerdo que tras Falling Skies (la que me introdujo en este arte) mi interés por todo lo apocalíptico era tremendamente grande, y la otra serie con esta premisa y con aún mayor tirón social que la primera era “esa de los zombis”. En un principio sentía terror por verla, ya que como mencioné en el podcast, todo lo que asomara algo de miedo suponía un cierto riesgo a mis ocho horas de sueño. Hoy por hoy, esa serie que comencé allá por el 2013 ya no existe. No digo que las series no se reinventen, muchas lo hicieron de forma deslumbrante, pero todas las que optaron por ello (y les salió bien) mantenían ese hilo con el principio, esa idea y/o planteamiento por el que comenzó a emitir. The Walking Dead ha dado como cuatro o cinco tumbos que dejó a los fieles descolocados. En gran parte se producirían debido a que, como cualquier serie larga y exitosa, el compromiso de los interpretes se difumina y por tanto se bajan del yate. Pero esto tiene una solución; finiquito. Sin embargo, la acumulación de millones y millones de espectadores en todo el mundo era para AMC y cía como el azúcar para un niño de cinco años. Ahora no se si llegan al millón.

Primer capítulo de la primera temporada.

Es una serie en decadencia, que perdió su esencia hace unas cuantas temporadas. Su sentido de existencia eran unos personajes que tenían bastante profundidad, a los que el espectador conocía como si de su familia se tratara. Todas sus inquietudes eran patentes en medio del apocalipsis. A ellos se fueron imbricando grupos e individuos algunos los cuales dotaban a la serie de cierta serenidad y la permitieron reinventarse introduciendo tramas atrevidas y enrolladas que provocaban un interés constante a los que nos interesaba desde el principio.

Toda serie en caída libre, o rematadamente mala tiene ciertos momentos cumbre que se pueden catalogar como brillantes. Hasta en la temporada diez de la serie se pueden encontrar escenas, planos e intérpretes (Samantha Morton) que realmente merece ser preponderado. Pero esta The Walking Dead, pre y pos Rick, en su conjunto parece más bien un barco a la deriva, una serie que no sabe lo que es y va tomando decisiones erróneas como si de bandazos se tratara, en su intento de encontrarse a sí misma (algo así como Pablo Casado). Está basada en cliffhangers constantes y promesas incumplidas. En personajes vacíos que no conectan, ni entre ellos, ni con los espectadores, y en tramas bucle con diferentes villanos.

Parecía que aquel famoso último capítulo, con la fascinante introducción del “nuevo Joker”, Negan, la serie iba a dar un impulso que la catapultara otra vez a unos techos cinematográficos que alcanzó en la temporada de la granja o de la cárcel. Por el contrario, se reveló como uno de los mayores gatillazos que he tenido la desgracia de ver y que me provocó un parón en su seguimiento. El nuevo villano fue, en términos de guión, arrastrado por el fango y lo único que cabe destacar es el semblante de Jeffrey Dean Morgan con ciertas escenas que revelan lo que podría haber sido si se planteara de manera radicalmente diferente. Y la trama fue una caída libre sin freno hasta tal punto que si de un equipo de fútbol se tratara, ya se encontraría jugando con el equipo del barrio.

Capítulo dieciséis de la temporada diez.

Yo, a pesar de estos ciertos parones, la he seguido viendo pues mi interés apocalíptico no ha decrecido. Y lo seguiré haciendo, porque soy agradecido con aquellas series que me han introducido en este mundo, ya que me han proporcionado motivación y vida en los momentos más estremecedores que da la existencia. Y ello no quita que tanto la primera como la tercera decayeran en afecto y calidad. Su nueva definición es la de un culebrón repetitivo, hecho para las pocas personas que aún aguanten y soporten la idea de que The Walking Dead ha hecho honor a su nombre en términos literales.

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