"La libertad del estudiante" por Álvaro Alonso
Ese momento en el que ya tienes conocimiento de todas las
notas. Todas superan el aprobado. Puedes empezar a degustar ese preciado y
sufrido caramelo llamado libertad. Y esto no sólo es un eslogan político, es
una sensación, un sentimiento, una forma de plantearse la vida durante al menos
unos meses. La libertad del estudiante es cuando se pueden recoger los frutos
del trabajo hecho; que las cuatro paredes que encerraron toda tu vida
en meses previos, ahora se conviertan en un punto de paso; recuperar todas las
relaciones perdidas; el simple hecho de no tener que hacer nada o cantarle la alegría
(normalmente en plena cogorza del quince) al cielo a través de ese amado Flying
Free que suena en los altavoces de la plaza. Porque sí, por fin vuelas libre. Otras
palabras que aparecen como definitorias de esta libertad podrían ser viajar, dormir,
amistad, bailar, agua, sol, en definitiva, vida.
Es probable que esta sensación, apasionante a la vez que
única, no tenga unas palabras concretas a través de las cuales explicar de
forma explícita lo que de verdad sería. Es la vivencia la que trae consigo el
entendimiento. Pero realmente esta vida temporal consiste en aplicar rigurosamente
el estribillo más famoso de Medina Azahara, ese que cantamos los estudiantes en
los fatídicos meses de luchas contra todo y más: "Necesito respirar, descubrir
el aire fresco y decir cada mañana que soy libre como el viento".
Ayer, tras días de intranquilidad recibí la grata noticia de
que había aprobado con holgura la última nota que necesitaba saber para
sentirme vacacional. Parte de esta congoja procedía de una profesora que
sinceramente creo que padece de una bipolaridad bastante pasmosa. La otra es
propia, psíquica, soy lo que se llama un “puñetero” agonías. Y es que a pesar
de que mis notas en la universidad no bajen del siete, en el instituto todo era
un desastre. Caía cuando menos me lo esperaba y la desesperación llegaba hasta
tal punto que la toalla rozó el suelo tantas veces que ni me acuerdo. Por
fortuna hubo personas que me arrojaron hacia delante procurando que antes
recogiera la toalla. No sé exactamente de lo que sentirme orgulloso, porque no
sé exactamente lo que cambió para que los resultados evolucionaran de forma tan
brusca. ¿Aprendí a estudiar a los diecinueve años? Ojalá supiera el motivo, podría
no haberme pasado de la raya.
Tampoco pretendo enmarcar aquí una lección de vida propia de las
películas heroicas de Hollywood. De hecho, de tanto fracaso surgió en mi un desasosiego
permanente e irreparable. Pero no hay que tirar la toalla, conviene recogerla,
secarse el sudor y seguir adelante. Me agria que salga de mí tanta pomposidad,
pero lo veo así. No sólo es aplicable a los estudios, sino a un planteamiento
general de vida. Es evidente que las personas vamos cambiando, virando a medida
que ampliamos nuestro ser y con ello las metas se reformulan en torno a una inevitable
realidad. Pero de eso precisamente se trata este repertorio llamado vida, el camino es tremendamente
largo y horriblemente injusto, pero merece la pena tirarse por él, arriesgarse, fallar, caer, hacerse a
uno mismo.
Ahora de vacaciones todo se ve más luminoso, si me
preguntaran semanas atrás probablemente el ánimo de la respuesta sería otro.
Digamos entonces que se escribe en el presente, no en el pasado, ni en el
futuro. A algunos les quedarán unos cuantos días; mis ánimos, mi fuerza a todos
esos que hoy se sienten desgraciados. Es pasajero, el momento con mayúsculas lo
alcanza ya el tiro de una piedra. Cuando llegue, respiren, descubran el aire
fresco y digan (desde lo más profundo de su ser) que son libres como el viento.
Eso haré yo, y por la noche bailaré bachata mientras saboreo un lingotazo de Licor 43. Disfruten, que para eso sufrimos.
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