"Morros descubiertos, Madrid y Aventuras" por Álvaro Alonso
Se ha decretado hace unos días el fin de la mascarilla en
exteriores mientras la distancia sea de al menos 1,5 metros. Lo oficializó con
bastante pedantería la ministra de sanidad, Carolina Darias en la rueda de
prensa posterior al Consejo de Ministros. Suena muy bonito e incluso entrañable
eso de “dejar paso a las sonrisas”, pero dicho de boca de un gobernante en un
acto oficial, supera esa línea de paternalismo que ha de tener un gestor. Hasta
la interpretación de la toma de medidas se amasa con la pomposidad cuqui de
forma que favorezca lo máximo al promotor. ¡Concordia! ¡Diálogo! ¡Sonrisas!
Parecen decir, “no pienses, ya pienso yo por ti compatriota”. Los fines son
espurios, y las formas de vergüenza ajena, pero como en todo, los hay que
aplauden hasta con las plantas de los pies.
La causalidad hizo que esta flexibilización de la mascarilla
coincidiera con un viaje exprés a Madrid. Qué maravilla ese sensacional
sentimiento de libertad (esta sí) de no tener en los morros el aire que se
acaba de expulsar. Es extraño, al menos en un principio, respirar y oler el
aire que te rodea en la calle. Acostumbrarse a no estresarse cuando se ve a lo
lejos un coche de policía mientras la nariz sobrepasa esa puñetera tela. He de
decir que no soy capaz de imaginarme patear todo Madrid en tres días con los
morros cubiertos. No, no quiero imaginármelo.
Madrid tiene una esencia fabulosa. Cientos y cientos de
monumentos, lugares y rincones. Edificios espectaculares en calle sí y calle
también que merecen unos cuantos minutos de contemplación. Pero en tres días no
se puede ver toda una ciudad enorme como esta. No escatimamos en esfuerzos para
ello, hicimos un total de 86 kilómetros con un calor que para cuatro chavales
del norte superaba el suplicio y el tormento. Recorrimos Gran Vía, Sol, La
Plaza Mayor, El Retiro, La Carrera de San Jerónimo, La Castellana, entre otros
lugares emblemáticos. Visitamos el Prado, La Almudena, La Puerta de Alcalá, el
Congreso, Cibeles, el Bernabéu y las Torres. Tanto en tan poco tiempo que no
alcanzo ni a relatarlo de forma condensada. Tomamos unos copazos en una
Malasaña laberíntica para alguien que la visita por primera vez, pero
prácticamente vacía debido a que se trataba de un domingo noche. Me ha faltado,
tras tres días madrileños, el famoso café con porras. No se va a hacer todo en
una primera vez, todo es excusa para regresar.
Había visitado la capital dos veces previamente. Hace ya
muchos años. Tantos que tan sólo recuerdo pequeños detalles de la propia ciudad
y cabe tener en cuenta que una de ellas fue un viaje de fin de curso. Sabía que
casi un año en Bilbao iba a cambiarlo todo, y de lo más provechoso que me ha
dado, es pasar de una vida completamente casera, a visitar. No sólo Bilbao y
sus bellos alrededores; sino que a partir de mi estancia aquí he ido a San Sebastián
y recorrido parte de la costa vasca, Torrelavega, Madrid, y en unos días, Tenerife.
Respirar aires nuevos y conocer. Abrir las miras y que la visión propia del
mundo crezca de forma paulatina. Desde las novedades que trae el cambio a ir de
viaje con los amigos. Elementos y aspectos que pueden parecer pequeños, pero
que se convierten en aventuras para nunca olvidar.
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