"El aprensivo" por Álvaro Alonso
Yo soy el aprensivo. Y créanme que es lo suficientemente preocupante para tener a mis cercanos avisados de la situación. Realmente no sé si es eso lo que realmente sufro. Cada vez que desde pequeño expresaba lo que me sucede me explicaban que era un aprensivo. Sin embargo, su significado concreto no encaja exactamente en lo que me suele suceder a mí: “Dicho de una persona: Sumamente pusilánime, que en todo ve peligros para su salud, o imagina que son graves sus más leves dolencias” (RAE).
Sufro de un miedo desmedido a agujas, sangre propia y posibles operaciones de cualquier tipo. No es necesario que se produzca, el simple hecho de que salga un tema parecido en una conversación junto con las cavilaciones propias suelen ser suficientes para provocar desmayo o desvanecimiento.
Nunca he tenido una desgracia por
esta fobia; esto puede provocar golpes o caídas fuertes en casos extremos. Para
mi suerte lo único que tuve hasta ahora, son momentos incómodos que derivan en
situaciones cómicas. Y lo ejemplifico.
Estaba en el instituto, creo
recordar que 2° de la ESO y en clase de Música. La profesora dejó de impartir
diez minutos antes por lo que comenzaron las conversaciones cruzadas entre los
de clase. Las chicas que se sentaban cerca de mí comenzaron a hablar de lo que
supone una bomba para mí; la apendicitis. A partir de ahí empezó a fluir la
mente, pensamientos y ciertos dolores (psicológicos) en la zona del apéndice.
La cabeza comenzó a tambalearse.
La clase donde se impartía esta
asignatura era diferente a la que lo hacían el resto. Por lo tanto, teníamos
que desplazarnos para regresar a nuestra "casa" durante ese curso.
Aún hoy no sé cómo llegué, pero lo hice, me senté en mi sitio y dejé mi cabeza
sobre mis brazos en la mesa. Lo siguiente son meros recuerdos muy sombríos y
desvanecidos. Manos en mi espalda y caras mirando entre mis brazos. También
chillidos y mucho barullo. Pero entre todo ello recuerdo una frase: ¡Avisad a
alguien, Álvaro se muere! Me levantó una profesora, la de gallego, una petarda
de tomo y lomo. Esta vez fue amable, al parecer estaba pálido, como si de un
zombi me tratara. Cada vez que rememoro la situación, no puedo evitar la risa.
Es más propio de una escena de Larry David que una situación realista.
Como esta hay a pares. En el
dentista, hará cosa de cinco años, me dijeron que era probable que me tuvieran
que quitar unas piezas para colocar un poco mejor mi rebelde dentadura. Ya se
pueden imaginar lo posterior. Empecé a hiperventilar y tuve que irme a trote al
baño y tirarme en su asqueroso suelo para no cascarme el porrazo del siglo. No
se lo creerán, pero en ese momento entro un chaval, mayor que yo en ese momento.
Sentí una tremenda vergüenza ajena ante la imagen que estaba viendo ese chico y
entre mareo y mareo solté una carcajada. Se fue sin decir nada. Yo también lo
haría.
Se preguntarán, para que les cuento
esto, verán, ha habido que vacunarse, y ¡dos veces! El espectáculo estaba
garantizado y así fue. En la primera dosis, no había ni alcanzado a ver la cara
de la enfermera; ya no veía nada desde que estaba en la cola esperando. Sí
recuerdo su voz, “¿en qué brazo?”. Mi contestación, “que acabe esto ya, que
acabe esto ya”. Lo siguiente que recuerdo fue despertarme tumbado en el suelo,
con cinco personas de protección civil a mi alrededor mientras una me sujetaba
las piernas y otra de ellas me tomaba la tensión.
La segunda fue algo menor (¡ojalá
me acostumbrara!), pero también acabé tumbado con las patas hacia arriba. ¡Quien
más que yo tendría motivos para ser un anti vacunas! Y aquí me tienen
afrontando todo un espectáculo cómico, todas esas miradas de pena. Y créanme me
pondré la tercera cuando toque. Todo sea porque el próximo verano podamos
volver a las legendarias fiestas de pueblo, con todo lo que ello conlleva. Si
me meten chips para mejorar la inteligencia, bienvenidos sean, que fácil me va
a ser aprobar este enero pues. Rescato las palabras sobre los anti vacunas tan
aplaudidas de Don Federico Jiménez Losantos, tras la campaña contra EsRadio: mamarrachos
ultracarcas bebedores de legía imbéciles y siniestros, que tienen el cerebro
donde otros tienen e bazo.
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