"Mi Vecina la heroína" por Álvaro Alonso

Me preguntaba el otro día un buen amigo, con la mejor de las intenciones, que porque escribo. Para esto tampoco tengo respuesta. Sé que estamos acostumbrados a los opinadores y tertulianos ejerciendo la todología, pero yo he de reconocer que no tengo respuestas a todo, ni para lo que corresponde a mis competencias. Y simplemente escribo cuando surge algún tema del que se me hace necesario dejar patente su existencia. Tampoco sé de qué se escribe en un blog personal, puede que sea una categoría de escritura a parte y tan sólo me he pasado por el de Sergio del Molino.

Es probable que dentro que los próximos meses sean los últimos que viva establemente aquí. Creo que es una deuda al lugar contar lo que sé de una historia que me parece apasionante, la de mi vecina. No la conozco personalmente más allá del “hola” o del “buenos días”. Pero ya forma parte de mi paisaje mental de la zona. Siempre en el mismo lugar, en los mismos terrenos desde que me alcanza la memoria. El sonido del azada que empuña chocando constantemente con la tierra ya está adaptado a mi oído, como el de los coches (hay una autovía medio kilómetro), el de los pájaros o el ladrido de los perros. Es uno más en este rinconcito aldeano.

Batman tiene el Batmóvil, Thor tiene su martillo, ella tiene su azada. Desde que tengo conciencia la recuerdo ahí, horas y horas levantando terrones, revolviendo tierra y plantando todo tipo de cosas. 

No alcanzo a saber si le gusta lo que hace, si tiene algún otro trabajo o dispone de una familia propia. Eso es un aspecto que dejo a la imaginación. Lo único que sé es que tarde tras tarde se la pasa clavando el azadón en la tierra, y volviéndolo a hacer, y volviéndolo a hacer. Cualquiera con un poco de conocimiento agrario sabe que en invierno no se suele tener mucha actividad. Ella no, la heroína está mientras escribo, a ritmo sostenido y como siempre.

Si algo tengo claro es que nunca quiero ser su enemigo en ningún momento. Que brazo debe de tener esa mujer. Vaya castañas debe de dar en una confrontación física. Ni imaginarlo quiero. Como ella existen cientos, miles e incluso millones de personas, que se dejan todo lo que tienen y más en el campo, ejerciendo lo más duro de la agricultura, así como de la ganadería o cualquier actividad dentro del sector primario. Se pueden encontrar historias e historias tan heroicas como esta, diarias y alejadas de las citys. Vidas que se consideran pequeñas por ser rutinarias, pero son tanto o más duras que cualquier otra.

Es curioso que estas historias no se cuenten más. Que se hayan dejado de lado a pesar de su veraz y conocida existencia. Sea de hoy en día o del pasado. En el ámbito cinematográfico son los estudios independientes y películas de bajo presupuesto las que se terminan ocupando de su difusión. Frente a los grandes y medios estudios más centrados en el grado de inclusión y en los filmes de superhéroes con muchas explosiones.

Puede que estas tramas sean más lentas, paradas y se centren en las personas. Pero suelen ser más profundas, introspectivas, delicadas y con unos personajes escritos de forma brillante. No hablo sólo de las personas que trabajan el campo como la heroína de mi vecina (que también, y así debería ser). Me refiero a todas esas películas alejadas de la urbanidad, sin estridencias cinematográficas, con historias comunes centradas en personalidades y problemas de todo tipo. 45 Years, Lucky, Nebraska, Que fue de Gilbert Grape, Manchester by the Sea, Winter's Bone, Lean on Pete, Three Billboards Outside Ebbing Missouri, Leave No Trace, First Cow o Wildlife, son algunos de los títulos que se me ocurren al respecto. Geniales historias, de personas en toda su esencia, con conflictos rutinarios; héroes diarios a los que no les hace falta una capa para serlo.

Aquí cuento lo que sé de una historia. No llego a más detalles, como he dicho no la conozco personalmente. Pero yo sé que lo es ella. Ahora dispongo de menos tiempo, pero en mi adolescencia e inducido por mi soñadora abuela, me gustaba plantar, hacer la tierra y cuidarlo luego. No podía pasar más de una hora a ello; la espalda, los brazos, las piernas, es lo que más se resiente. Ella alcanza las cinco, seis, siete horas haciéndolo sin parar. Podría traer un tractor para revolver la tierra, es lo que se suele hacer. Por lo que detecto, no quiere. Supongo esto como una tradición familiar ya que a su madre (supongo) la recuerdo (débilmente) de la misma manera, horas y horas ejerciendo una de las vocaciones más duras que existen con sus propias manos, con su propio esfuerzo. Son heroínas. Superheroínas.


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