"Verónica y otras consideraciones" por Álvaro Alonso

A colación del suicidio Verónica Forqué, se ha descubierto una realidad, y por supuesto se ha abierto debate. Es amplio, excesivamente y no se resuelve a golpe de tweet, ni de simplezas por el estilo. Esta es una realidad que se había tapado premeditadamente, con la intención de que ocultándolo no se produjera un “efecto llamada”. Pues bien, vistos los datos de suicidios en este país (de media a once por día), la política del silencio ha fracasado. Básicamente porque lo que lleva a una persona a tomar tal decisión no es lo que vea en los demás (que puede ser), sino la situación propia.

Al caso de Verónica se le imputa en muchas opiniones tan sólo el acoso sufrido por su aparición en MasterChef. No. En lo que lleva a ello, no sólo influye un factor, es toda una concatenación de desgracias, problemas y su interpretación mental que llevan a que una persona tome por solución a su dolor, el dejar de vivir (vean y escuchen el monólogo de Carlos Alsina a este respecto). Sin duda, este fue el detonante, pero no lo único.

Fuente: lecturas.com

He visto periodistas de todo tipo criticar que un medio de comunicación diera ciertos detalles de la muerte de Verónica el fatídico día. Para después criticar ferozmente los años y años de silencio en torno a esta realidad. Vaya despiporre, vaya cinismo. Si algo he aprendido en la carrera que realizo, es que una política pública comienza cuando se considera que hay que solucionar un problema público. Y un problema público se convierte en tal, cuando la opinión pública empieza a darle importancia a partir de un suceso que se repite. El foco mediático ha renunciado a sus funciones en pos de la ley del silencio. Reflexionen, pero profundamente. Recuerden, once al día, y ¿cuántos de ellos se convierten en noticia?

Otro elemento. ¿Esto se soluciona teniendo más psicólogos a disposición de la población? Pues sí claro, han de ponerse todos los resortes políticos para ello porque la rapidez es fundamental. Pero es una parte. Hay más. Necesita también reflexionar la sociedad, porque es evidente que el detonante de Verónica fue su exposición pública, el uso mediático de su situación y el posterior acoso. Las cosas que se dijeron de ella es propio de mezquinos, palurdos y miserables. Pero mientras se lloraba su muerte, se sucedía el acoso político y mediático al niño de Canet y su familia; o el actor Mads Mikkelsen que se veía obligado a cerrar su cuenta de Instagram por al acoso y odio sufrido debido a su participación en la última película de Animales Fantásticos. Sé que es un brindis al sol pedir empatía social, respeto, entendimiento, etc, que bonito suena. Pero que no se vaya a hacer o suene utópico, no quiere decir que no haya que decirlo, decirlo y decirlo. Sería renunciar a lo que creo una obligación: señalar injusticias y las mezquindades que podrían llevar a decisiones como la de Verónica.

Yo tengo problemas mentales, no es un secreto para quien me conoce profundamente. Y en los peores momentos de mi vida, en dos ocasiones concretamente, he sopesado seguir un camino como el de Verónica. Cuando la ansiedad y el pánico constante sigue a bastantes de las situaciones de una vida. Cuando un niño no se siente relevante, cuando sufre de desprecios de los que consideraba amigos o burlas constantes de los cercanos, cuando siente que la soledad es lo único que domina su vida, todas las opciones pasan por la cabeza.

Mi caso es concreto, y es que yo no tengo valor, y sí tengo un miedo terrible a todo, también a esto. Dentro de la situación irremediable encontré mis propias motivaciones, como el hecho de ver series y películas a trochemoche, de escuchar la radio en todo momento o la esperanza de vivir unos veranos de ensueño. Pero lo que más me ayudo para afrontar lo irremediable de la cabeza fue sentirme integrado en la sociedad a través de un par de grupos de amigos que me aportaron muchísimo más de lo que seguramente ellos saben. De nada sirve lo que te pueda aportar una política pública si no hay unas personas que te ayuden (inconscientemente o no) a sobrellevar tus problemas mentales. Y hay que decir que éstos no desaparecen nunca, simplemente se canalizan, se aprende a vivir con ellos; doy unos de mis ejemplos, alargando la carrera un año más con el fin de que los ataques de pánico y la ansiedad sean más débiles, o un papel para disminuir el miedo escénico en una exposición pública.

Decía que todo esto es un debate amplio. Excesivamente. Porque lo que a mí me sirvió, seguramente a otra persona en la misma situación, no. O porque lo que lo provoca son otros factores. O porque el lugar es diferente. O porque esos problemas mentales son de una mayor gravedad (he ahí el caso de Ángel Martín). No sé si yo acabaré algún día en un psicólogo, es lo más probable a medida que cambien las fases de mi vida y me vea obligado a afrontar de otra manera los problemas que surjan. Lo importante de una persona que sufre de mente, es canalizar ese dolor que seguramente nunca desaparezca, y la ayuda, sea de quien sea, es un pilar que, los que estamos así, valoramos como un diamante en bruto.

Y créanme, no es tan difícil ser buena persona, tratar adecuadamente a los demás. No es un delito preguntar "¿qué tal?" o "¿cómo estás?". Tampoco lo es, escuchar o dar apoyo en los baches de la vida. Reflexionen, porque el debate es muy amplio, los factores que llevan al suicidio son muchos y los implicados en frenar esto somos todos, tú también en tu día a día.

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