"El frio y el pueblo" por Álvaro Alonso

Este enero ha vuelto una tradición personal vigente desde que he tocado las tierras universitarias. Unos días de regreso al pueblo que aplaquen las ansias estudiantiles. Algo así como un retiro de cinco días que desconecte de la rutina entre cuatrimestre y cuatrimestre.

Todos a los que les expreso esta idea me tildan de idiota como mínimo. Las navidades ya han pasado y no creen que haya motivo para ir. Teniendo en cuenta lo que significa enero en tierras leonesas, un frio gélido y absolutista, yo entiendo que pueda parecer una especie de idiotez; pasar cinco días a temperaturas mortales para un gallego en una casa invadida por el frio. Sinceramente me da igual, el simple hecho de regresar a lo que considero mi refugio y pulsar el botón melancólico veraniego previo al último empujón del curso, es suficiente para mí. Cada uno tiene sus formas de quitarse el polvo mental y de motivarse con lo futurible. Lo importante es conocer esos puntos débiles personales que pueden servir como empujón mental. Yo los conozco, y los aplico.

Cada mañana radiofónica en la que las temperaturas bajas dominan, Carlos Herrera sostiene su tesis; el frio es un estado mental, una rebequita y a la calle. Yo no lo tengo tan claro, tal vez es porque mi mente es demasiado susceptible a ello o porque en Galicia mi costumbre es soportar la (dichosa) lluvia y no temperaturas pírricas. El caso es que he pasado un frio, como me dijo una vecina, acojonante. Ella también me preguntaba cómo se nos había ocurrido venir en estas fechas. Ante eso hice un gesto facial, a lo que ella contestó, "mucho te gusta el pueblo a ti".

La casa, a nuestra llegada marcaba alrededor de cuatro grados centígrados. Es prácticamente imposible subirle la temperatura a una casa antigua en León en esas fechas. Por lo tanto, existían tres opciones de supervivencia física: a la vera de la cocina de leña, de la estufa de queroseno o haciendo cosas sin mucho parar. Opté mayoritariamente por esta última, por el simple hecho de optimizar la estancia en el pueblo; en una casa de esas características siempre hay algo que hacer, por pequeño que sea.

Las heladas se coleccionan, día sí y día también caía una de tal magnitud que ni a deshelarse alcanzaba. A las cinco de la tarde ya empezaba la siguiente. A esta hora en verano ni hemos salido de casa por el sofocante calor. Maravilloso clima. La temperatura mínima de estos días fue de -9,8 grados centígrados. Volveré a repetir lo que le dije a una amiga tras el primer día allí; los cazurros son héroes, resistir ese clima, están hechos de una pasta dura, son rocas inalterables. Sé que me estoy poniendo como debilucho, pues sí, yo soy de los que ama el clima canario. Pero, he de resaltar, mi pueblo es mi pueblo y lo amo tal y como es.

El pueblo acoge elementos bellísimos y brillantes, desde paisajes inmensos con un color inigualable, hasta calles características y caracterizadas, pasando por las experiencias propias vividas allí. Cada uno decora todo lo que significa un pueblo con la melancolía propia y la mía es la veraniega claro. Uno de los más apasionantes, si las nubes no hacen acto de presencia, es el cielo nocturno. Dejo unos días la débil urbanidad en la que vivo de vuelta a la España Vacía y esto es lo que por siempre me fascinará. Todo el firmamento desnudo y más brillante que en ningún otro lugar. Ver el más allá, ese sentimiento de pequeñez frente a todo lo que hay fuera. En el pueblo los problemas tienden a desaparecer temporalmente, observando el universo se minimizan y simplemente uno se deja llevar por la profundidad de lo que tiene ante ese cielo abarrotado de estrellas.

Evidentemente un pueblo no es lo mismo en verano que en invierno. El hecho diferencial no sólo es el clima, que (ostias) también, son las personas y el ambiente (que esperemos recuperar este año) que hacen del pueblo el lugar por excelencia. Pero un pueblo siempre aporta, sea cuando sea, hasta la melancolía es una herramienta vital tan fundamental como una camiseta térmica y chaquetón en enero en León. La ilusión tal vez sea volver a vivirlo.

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