"El frio y el pueblo" por Álvaro Alonso
Este enero ha vuelto una tradición personal vigente desde que he tocado las tierras universitarias. Unos días de regreso al pueblo que aplaquen las ansias estudiantiles. Algo así como un retiro de cinco días que desconecte de la rutina entre cuatrimestre y cuatrimestre.
Todos a los que les expreso esta
idea me tildan de idiota como mínimo. Las navidades ya han pasado y no creen
que haya motivo para ir. Teniendo en cuenta lo que significa enero en tierras
leonesas, un frio gélido y absolutista, yo entiendo que pueda parecer una
especie de idiotez; pasar cinco días a temperaturas mortales para un gallego en
una casa invadida por el frio. Sinceramente me da igual, el simple hecho de
regresar a lo que considero mi refugio y pulsar el botón melancólico veraniego previo
al último empujón del curso, es suficiente para mí. Cada uno tiene sus formas
de quitarse el polvo mental y de motivarse con lo futurible. Lo importante es
conocer esos puntos débiles personales que pueden servir como empujón mental.
Yo los conozco, y los aplico.
La casa, a nuestra llegada marcaba
alrededor de cuatro grados centígrados. Es prácticamente imposible subirle la
temperatura a una casa antigua en León en esas fechas. Por lo tanto, existían
tres opciones de supervivencia física: a la vera de la cocina de leña, de la
estufa de queroseno o haciendo cosas sin mucho parar. Opté mayoritariamente por
esta última, por el simple hecho de optimizar la estancia en el pueblo; en una
casa de esas características siempre hay algo que hacer, por pequeño que sea.
Las heladas se coleccionan, día sí
y día también caía una de tal magnitud que ni a deshelarse alcanzaba. A las
cinco de la tarde ya empezaba la siguiente. A esta hora en verano ni hemos salido
de casa por el sofocante calor. Maravilloso clima. La temperatura mínima de
estos días fue de -9,8 grados centígrados. Volveré a repetir lo que le
dije a una amiga tras el primer día allí; los cazurros son héroes, resistir ese
clima, están hechos de una pasta dura, son rocas inalterables. Sé que me estoy
poniendo como debilucho, pues sí, yo soy de los que ama el clima canario. Pero,
he de resaltar, mi pueblo es mi pueblo y lo amo tal y como es.
Evidentemente un pueblo no es lo
mismo en verano que en invierno. El hecho diferencial no sólo es el clima, que
(ostias) también, son las personas y el ambiente (que esperemos recuperar este
año) que hacen del pueblo el lugar por excelencia. Pero un pueblo siempre
aporta, sea cuando sea, hasta la melancolía es una herramienta vital tan
fundamental como una camiseta térmica y chaquetón en enero en León. La ilusión
tal vez sea volver a vivirlo.
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