"Siempre es poco" por Álvaro Alonso

El 27 de noviembre de 1908 concluía la última erupción volcánica hasta la fecha en la isla de Tenerife; en el Volcán del Chinyero. 114 años que no son nada en términos volcánicos. El Teide en un volcán dormido del que se sabe que tiene mucha latencia interna y que, en cualquier momento, en cualquier parte del complejo, antes o después, se podrucirá una erupción. En el 2004 se temió que fuera el año por distintos factores que un vulcanólogo sabría explicar, sin embargo, todo quedó ahí. Precisamente en la madrugada del viernes (nosotros de fiesta) se detectó un enjambre de hasta 458 seismos al suroeste del Pico Viejo. El miedo, social y no tanto, es más preocupante después de la tragedia del Cumbre Vieja en La Palma; en Tenerife sería mucho más destructiva una erupción debido a las características propias. Pero no se encabriten, es probable que ni usted ni yo vivamos ese hecho, sin embargo, teniendo en cuenta que estamos ante una isla volcánica con actividad en su interior, permítanme vaticinar que raro no sería.

Nosotros volvimos de nuevo al verano siguiente. Siete días en julio de 2021 nos supo a poco, por lo tanto, cuando allá por enero del presente año comenzamos a organizar el viaje (ya anual) de grupo no hubo ninguna duda, tenía que ser el paraíso tinerfeño y si las circunstancias lo permitían, más días. Fueron doce, parecían mucho y también sentaron a pocos. La explicación no está en el tiempo.

Teide y Roques de García.

El Teide sigue igual. Bello e imponente. Esto último es percepción propia, al fin y al cabo, como se ha dicho, es un volcán dormido. Visitarlo temiendo lo que hay bajo él es como ver in situ a un monstruo de un tamaño inigualable descansar pacíficamente. A la vera del edificio principal, allá por las cañadas del Teide está ese escenario apocalíptico y marciano de kilómetros y kilómetros de lava solidificada. Allí estábamos los cinco de nuevo pisando las cenizas de la creación de la isla, rodeando y observando lo que en algún momento sería lo más parecido al infierno terrenal.

Pero Tenerife no sólo es el Teide, ni la zona guiri de Adeje, Américas y Arona. Es ese noroeste verde y frondoso, montañoso y rudo, dirigido por Terrence Malick, con unas carreteras impropias para las personas que sufren de vértigo, pero grandiosas para los aferrados a la fotografía. He ahí Masca, o esa villa que en 1706 fue arrasada por la lava del volcán Arenas Negras, Garachico. Es también los Acantilados de los Gigantes, El Médano o las numerosas calas. Es el Parque Natural de Anaga, Icod, Santa Cruz o La Laguna. Tenerife es tanto que todo se hace poco.

Visitamos Anaga pero de perfil, es un tanto curioso y se pueden reír si así les sale. Un viaje en coche de dos horas de ida y otro tanto de vuelta, saliendo después de comer, que tan sólo nos dejó media hora en Benijo y El Roque de las Bodegas y ver parte de Anaga dentro del vehículo. Unos magos del cálculo, y del turismo.

Parque Natural de Anaga.

Niñerías aparte, hubo una decisión previa al viaje de tomarse éste con mucha más pachorra. Al fin y al cabo, de vacaciones también se descansa y que mejor que ese clima envidiable del sur de Tenerife, Adeje. De 20 a 26 grados en los días que nos acogió la isla, sin imprevistos, la perfección para una piscina que refresque el alma y que relaje las tensiones. También hubo tiempo para simplemente estar tirados por el apartamento, unos descansando, otros durmiendo, pero juntos.

Todo ha terminado. Los últimos días son los de querer que se pare el tiempo. Que todo se repita, estar ahí para siempre. Que ilusos somos, como si la felicidad o la perfección fuera eterna. Pero ello no quiere decir que sea malo, su significado es que hemos pasado unos días fantásticos, ajenos a nuestros propios problemas, juntos y disfrutando de uno de los escenarios más bonitos que una persona puede llegar a pisar. Y no hay nada tan gratificante y celebrable como esto.

Añado. Un lugar se puede visitar de muchas formas, pero acompañado es la básica. Vivir tal experiencia en la soledad es como pedir un arroz a la cubana sin huevos. Y lo siento por los solitarios, mi profundo respeto, pero no hay nada más bonito que viajar con tus personas. Todas esas experiencias, momentos, tonterías dichas, todas esas situaciones que juntos estaremos rememorando una y otra vez durante el resto de nuestra vida. Vidas compartidas al máximo en un lugar común elegido, eso es un viaje con los amigos. Créanme que poco hay más agradable que eso, probablemente para nosotros Tenerife no significaría lo mismo. De hecho, no, estoy seguro.

Siempre será poco porque cuando el lugar es agradable en toda su extensión y las personas son las idóneas, nada es suficiente. Cuando la comodidad domina y los problemas parecen ajenos, lo que enturbia es verse obligado a dejarlo, es regresar a lo que llaman la rutina. Pasaremos por las diferentes fases de la etapa posvacional: dormir, no querer creérselo, indignación absoluta, intención de enmendarlo todo, imaginar qué estaríamos haciendo, etc. De forma paralela se va asumiendo la situación, hasta que se encuentra otro hecho ilusionante, o simplemente pensar en el siguiente. El que no se ilusiona es porque no tiene fuerza para ello, el pasado también es disfrutable y se lo dice la persona más melancólica a muchos kilómetros a la redonda.

¡Viva Tenerife!

Algo semejante a un séquito.


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