"Verano, Pueblo, Verano, Pueblo" por Álvaro Alonso
El verano pueblerino regresó. Esta vez en toda su extensión. Dos veranos nos comió el dichoso bicho. Ello no evitó que en estos dos vacíos estuviéramos la gran mayoría de los que solemos. Sin embargo, todo era inusual, demasiada distancia entre nosotros, muchas bocas tapadas, algunos miedos que otros (claro) a pillarlo. En estos dos fuimos más pequeños, menos movidos y mucho menos animados. Estaba ese clima cazurro, calor sofocante pero seco, estaban gran parte de las personas, de los planes, de la vida tranquila y pausada de cualquier época vacacional. Pero las noches vacías eran demasiado dolorosas.
Dos veranos sin fiestas de pueblo, que es como si se fuera la mitad de lo que es. No se esperen, los que se acercan a este pequeño rincón, que se trata de unos fiestones tremendos, apabullantes y abarrotados. Las mejores son pequeñas, íntimas y con suficiente sitio para lanzarse a bailar esas canciones que año tras año suenan para los más cafeteros (sí, me refiero al Sí o No). Todo ello animado por una pequeña caravana, acompañada de unos altavoces y de un DJ, lo que es una discomóvil. Delante de ella todo un conglomerado de gente formado por diferentes corrillos o grupos de pueblos.
Y esto es lo mágico, su simpleza; personas y música. Hablar (gritando), conocer, reconocer, bailar, saltar y por supuesto vigilar los alcoholes. Todo lo que sucede en ellas, sólo sucede en ellas: soltamos amarras, perdemos la vergüenza, nos convertimos en otras personas abarrotadas de alegría, felicidad y con unas ganas colosales de divertirnos. Evidentemente existe la ayuda fundamental del alcohol, y no voy a hacer apología de ello, pero por el amor de dios, disfrutemos. Bien es cierto que yo bebo Licor 43, para algunos difamadores alcohol indigno de tal, pero lo importante no es no acordarse, sino ese punto que a una persona con miedo escénico lanza a hablar con el que se le cruce.
Este, volvimos a ellas, cada fin de semana un pueblo nos esperaba. Hicimos todo lo que suelen y más. Los fines de semana era lo que cantaba La Fuga, eso de "vivo más de noche que de día, sueño más despierto que dormido, bebo más de lo que debería". Por la semana, el descanso en la vida diaria de un pueblo que incluye cama, bicicletas, piscinas, agua (cuanta más mejor), bares, comidas, cenas y, fundamental, estar a la sombra. Tranquilidad y tranquilidad. Relajarse acompañado de esas personas a las que se les da el tiempo más valioso de un sujeto, las vacaciones de verano.
Y por supuesto faltaron personas. Pero el pueblo es evolución. Unos se van, otros llegan. Las gallinas que entran por las que salen. La magia del pueblo es cada año conocer, no colegas, amigos. La esencia que tiene hace que lo que allí se conoce, se establezca una unión, un aprecio mutuo que ningún otro lugar puede aportar.
La parte más dolorosa son las despedidas. Nadie en su sano juicio es partidario de ellas. Allá por la adolescencia, cuando empezamos a concebir el pueblo como lo que es, hubo ciertas lágrimas en dichos momentos. Hoy por hoy es eso que nadie quiere, y que poco a poco se acerca. No es por gusto por lo que se hacen, sino por necesidad. No hay doble beso, esa convención social que denota más bien desinterés por el otro, hay abrazos, largos, que es el acto que yo considero más sincero. No queremos despedidas, pero tenemos que hacerlas. No queremos estar cerca de un año sin vernos, pero no hay alternativa.
Se debería empezar a catalogar la depresión post-pueblo como una realidad fehaciente. Aquellos que tenemos la suerte de pasar el verano en un lugar alejado de nuestras vidas (en parte de la civilización) y rodeados de personas que se circunscriben a ese tiempo caluroso, creo que padecemos de ello. Los días que siguen al hecho de dejar el pueblo es algo así como si amputaran la felicidad, nada tiene sentido y todo recuerda a ello. Se pasa por la galería del móvil, y después de sonrisas y recuerdos de momentos imborrables, llega ese decaimiento, tristeza con lagrimilla incluida. Son días de escuchar todas esas canciones que fueron banda sonora de nuestro verano, echándole a nuestra imaginación que aún estamos bailando y saltando delante de nuestro altar, la discomóvil. Nada consuela salvo el hecho inexorable de que volveremos. Lo haremos porque no hay lugar mejor, más apasionante e intimista. Menos o más tiempo, es igual, el pueblo es un sello eterno donde se suceden las experiencias rodeado de tus amigos. No hay lugar más especial. Hasta el próximo, como siempre.
PD: con aprecio absoluto y dedicado a todas esas personas de mi verano pueblo.
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Esas fotos grupales del último día. |
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Esa familia de personas enormes. |
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Esos críos de corazón brillante. |
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Esa amistad fiel, inigualable, pura y dura. |
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Esas bailaoras compañeras del Sí o No. |
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Esos felices desde enanos. |
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Ese que siempre que puede está. |
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