"Damien" por Álvaro Alonso

Damien Chazelle era uno de esos cineastas a seguir hasta hace unos años. Al poco de estrenar Whiplash, allá por 2014, salía en todas esas listas de los más prometedores de la industria junto a J.C. Chandor o Barry Jenkins entre otros. Pero sólo el más chaval de todos se ha hecho con el hueco más grande, sus películas se apuntan y tienen un espacio bastante grande en todos los cines del mundo. La triunfal La La Land le abrió todas las puertas, entró por todo lo alto con un musical eterno e impecable. Todo ello a pesar de que la Academia le dejara humillado dándole la Mejor Película a una bastante seca. Se dejó ir a este largometraje que será eterno, pero al fin y al cabo, ¿qué son los Oscar? Sin embargo, tal vez fuera el primer ladrillo de un menosprecio patológico que ya está instaurado a otros cineastas. El ninguneo a First Man fue sangrante, a Babylon ofensivo.

Damien tiene un estilo propio para hacer sus filmes, establece su firma en detalles cinematográficos. Sin bien tal vez quepa precisar que en su forma de cine cabe todo; él adquiere una historia, la desarrolla y luego adapta su forma a lo que quiere contar. Sin embargo, el chavalín ya tiene su sello artístico para el público. Tarantino tiene sus salvajadas, la sangre o los diálogos nutridos; Woody Allen la comedia, las reflexiones, las relaciones sociales y los divorcios; Scorsese los personajes y los mafiosos; Spielberg la ciencia ficción y la infancia; Tarkovsky la incógnita y la filosofía; Damien el ritmo, la visceralidad y el jazz. Él se hace a la historia y usa todas las herramientas en su mano para plasmarla atractiva, impecable y con un desparpajo libertino.

Con treinta y ocho años ya tiene una extensión cinematográfica al alcance de pocos. Whiplash es un relato cuasi biográfico de un alumno de batería y su profesor endemoniado. La La Land es un musical retrato de una ciudad tan mágica como cruel. Con First Man se trasladó al cine espacial a la vez que intimista a través de uno de los iconos estadounidenses. De por medio ha sido guionista de terror en 10 Cloverfield Lane y El Último Exorcista II y del thriller Grand Piano. Ahora, llegó con Babylon.

La escena de la fiesta de Babylon. (Fuente: notodoescineloquereluce)

Damien vuelve a Los Ángeles, pero esta vez en los años 20 del siglo pasado, cuando el cine se encontraba en esa frontera transformadora del formato: del mudo al sonido. A partir de dos actores, un soñador recién llegado y tramas adheridas, representa esa transición que mandó al oscuro infierno a todos aquellos que vivían del anterior modelo. No escatima en mostrar la puerta trasera de Hollywood y no deja títere con cabeza en ello. Todos los excesos, los desvaríos y depravaciones; esa gran mierda que se encuentra debajo de la purpurina. Babylon es un alegato contra la industria, pero también a favor del cine. Está todo esto, pero es el séptimo arte, algo más que un entretenimiento que nunca morirá, que permanecerá para la eternidad frente a la fugacidad de los que están en él.

Todo ello en un filme palpitante, donde Damien regresa a lo que le apasiona: un metraje a ritmo de jazz. Frenética, de arriba a abajo, sin parar, a través de contrastes constantes con el objetivo de emitir al espectador lo que se siente en las entrañas de Hollywood. Planos rápidos, sin capacidad para pararse a procesarlo, un “pim pam pum” como si Damien estuviera sentado al lado marcando el tempo a chasquidos. Para ello recurrió a su amigo, al también precoz y talentoso Justin Hurwitz; que dúo más sobresaliente. También a un reparto extenso, de todo tipo y liderado por dos auténticos titanes. Margot Robbie, desencadenada, demostrando que es una actriz para largo recorrido, que se deja llevar por la esencia argumental y capaz de sacar una sonrisa a la vez que una lágrima. Y Brad Pitt que hace su papel por excelencia, hace de Brad Pitt y como para ponerle un pero, de lo cómico a lo más dramático de su papel; Damien lo escribió para él.

Margot Robbie y Diego Calva en Babylon. (Fuente: wallpapersden)

El listo de Eduardo Casanova, que debió quedarse en Aida y dejarlo, soltó el otro día que él no veía cine, que no le gustaba, a pesar de que es un supuesto director; como el futbolista que no le gusta ver fútbol. Damien, como es lógico ha hecho lo contrario, se ha empapado de los grandes y de los pequeños del séptimo arte. En cada uno de sus filmes se hace un pastiche de todos ellos con una brillantez pasmosa. Ha estudiado y aprendido cine, ahora lo aplica con la rebeldía de un chaval y el bagaje del cineasta más experimentado. Es un amante del cine, reconocido y reconocible, un cuentacuentos moderno que desde su segundo largometraje dejó de ser ese chavalín que venía por allí lejos. Un cineasta precoz que desde el principio dejó patente que no venía de paso, para una moda, sino para dejar huella a través de lo que ama.

Damien Chazelle en el set de rodaje de Babylon. (Fuente: The Harvard Crimson)



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