"Es un espectáculo" por Álvaro Alonso

- Eso no es música.

- Es un espectáculo.

- Es todo política.

- Ya, es que es un espectáculo.

- No se valora la letra.

- Es un espectáculo.

- Cómo puedes ver eso.

- Es mi espectáculo.

Efectivamente Eurovisión es un espectáculo. El nuestro, no es justo ni se le parece, pocas veces gana la mejor canción, ya que viene primando lo llamativo y provocador. La esencia de este festival es que puede ser nada y todo a la vez; cada uno trae lo suyo y los únicos que se lo toman en serio son los suecos. Es de los pocos eventos que es capaz de agrupar lo más sofisticado, exquisito, elegante y cosmopolita con lo ridículo, absurdo, extravagante y grotesco. Lo que crea un conjunto de emociones por minuto en el espectador que pocos han conseguido. Todo es bienvenido en este festival, y todo ello se amalgama en un escenario europeo año tras año.

Representantes de Croacia.

Lo irrisorio es Eurovisión en estado puro y siempre los hay que lo llevan al extremo. Y ¡oh!, bendito espectáculo. En este año fueron dos países los más sonados por lo esperpéntico, Croacia y los habituales de esta sección, Moldavia. Los croatas mal disfrazados, mal maquillados y con el paquete al viento dejaron su firma en este rincón, no sólo por su puesta en escena sino por lo horrible de su voz. Lo más curioso fueron las reacciones ya que, siendo una sátira a Stalin, las masas enfocaron sus bromas en el parecido con Hitler. ¡Vive la “iuropa” nostra! Se tiene tan inoculado al sátrapa Adolfo, que la vista no alcanza al otro sátrapa sanguinario, el camarada Iósif. Los moldavos fueron a lo seguro llevando al escenario de Liverpool algo tradicional del este y con un dancebreak especial. Ese momento que toda persona observaba con incredulidad; un enano tocando la flauta y el cantante bailando como si le estuvieran disparando a los pies. Gracias, Moldavia, gracias.

Loreen cantando Tattoo, ganadora de Eurovisión 2023.
El micrófono de cristal fue finalmente para quien estaba destinado desde hace semanas, Loreen. Suecia tiene algo que se llama Melodifestivalen que cada año produce canciones de una calidad infinita, un festival muy cotizado a nivel musical que atrae a grandes artistas y compositores. Y he aquí el resultado, nunca bajan del top 10 y en once años llevan tres victorias. Para allá que volvemos el año que viene gracias a Lorine Zineb Nora Talhaoui, que se convierte en ganadora múltiple de este festival. En 2012 con Euphoria hizo récord, no sólo sobre el escenario de Bakú, sino en las listas musicales de aquel lejano verano. Ahora se acerca a la leyenda eurovisiva de Johnny Logan con algo de lo que pocos son capaces en este despiadado mundillo (no son pocos los que lo intentaron): volver y ganar.

Lo intentó Finlandia como suele, a lo loco. Este año se plantó con un loco esquizofrénico que salía de una caja de madera gigante a puñetazos, para luego ponerse a bailar como Pennywise en las últimas películas de It. Una enajenación, nuestra enajenación. Qué genialidad, reúne todo lo que define lo más paranoico de este festival en el siglo XXI: un pirado estrafalario que baila sinsentido, cantando en finés, con una puesta en escena provocadora, una segunda parte tremendamente rítmica y pegadiza, además de un título tan simple como Cha Cha Cha. A los europeos nos gustan los payasos, y más si se ríen en nuestra cara. Ustedes fíjense en el contraste de la ganadora y la segunda. Lo resume todo. He aquí uno que quería que ganara el del pelo cortado a hachazos, por su significado, su satanismo, su absurdez y por ver como lo celebraba nuestro desequilibrado.

El Cha Cha Cha de Finlandia.
Hay algunos que no lo entienden, he leído un artículo en uno de los grandes periódicos que me ha dejado atónito, por eso mi tono más reivindicativo. No voy a refutar nada en un simple blog porque creo que en parte ya lo he hecho, pero que la ganadora se sabía desde semanas y eso le quita emoción. Como diría ese sobrado llamado Patxi López, “ya, ¿y?”. Suecia era muy favorita, pero también lo era Malta en 2021, Italia en 2017, Rusia en 2016 y Conchita llegó a la final top 5 y gracias. Esto es un espectáculo, y los datos de audiencia demuestran su éxito; al final el que más y el que menos en ese fin de semana de mayo se queda viendo esta frikada.

Israel hizo una copia barata de Chanel y le salió el tercer puesto. Mientras Italia qué tendrá, ese intimismo, esa pasión, ese rincón que nos da tres minutos maravillosos y que siempre convence, unas veces más y otras menos. Aquí nos lloramos por eso de estar en el Big Five, ¿Italia? Por el amor de dios, quiéranse un poco más. Y yo a la noruega sí que la quiero, porque nos ha traído es makineo eurovisivivo que además en esta ocasión se fusiona con el estilo frío y desenfadado de los nórdicos. Noruega ya lo había hecho con Spirit in the Sky.

Blanca Paloma representando a España con Ea Ea.

España no ha vuelto al pozo. ¿Eso es un logro? Sí. Y es que de qué dinámica se venía previo a Chanel. El jurado dejó a Blanca Paloma novena, más abajo de lo esperado, mientras que el público soltó cinco cortantes puntos. Resultado, décimo séptimo puesto, como un McLaren. Ea Ea era para unos gustos muy concretos (el mío no), lo que podría sacar rédito era una puesta en escena colorida, espléndida y fastuosa. Así lo hizo, brillante, pasional, perfecta, pero el público (sin vecinos que nos aporten) nos dejó tirados. Cuando se tira todo a un número, en este caso al del jurado, se arriesga a este tipo de trastazos.

Que pena ver tan al fondo a los alemanes con ese rock pintoresco, al suizo y su voz robusta o a Eslovenia, un grupo estándar de universitarios con una canción del Fifa. Los eslovenos son esa cuadrilla de buenos tíos que a nadie pueden caer mal. Majetes hasta con el más cruel, siempre con una palabra de ánimo, siempre pensando en los demás. Como para no querer a su cantante que se coló en la entrevista postfestival a nuestra Blanca para soltar eso de “robada, robada”, mientras ellos quedaron vigesimoprimeros. Más como tú, Bojan, más como tú.

Joker Out, los buenos tíos de Eslovenia.

La Zarra, esa diva francesa hasta los tuétanos nos dio un momento estelar. Cuando se le otorgaron los puntos del público, unos míseros cincuenta, lo encajó como debe en su papel de superiora, con una peineta. Pero no cualquier peineta, una con estilo, con un giro de mano previo, con una elegancia, con una clase al alcance de su magnitud. Posteriormente se largó del lugar mientras se desvelaba el ganador, se puede ver en la cámara del finés. Un sí rotundo a esto, las estrellas se cabrean y se disgustan cuando fracasan. Ella está por encima de nosotros, he ahí su puesta en escena, y su derrota se debe a que los demás no han sabido comprender su grandeza, entonces pues aquí tenéis, “que os jodan”.

La Zarra te hace una peineta.
Pero no piensen ustedes que esto se acaba. Eurovisión encarrila lo más importante, la mejor época, el verano. Es como para los católicos el carnaval y los cuarenta días a semana santa. De camino al final de ese túnel lluvioso y tortuoso. A algunos les esperan unas semanas de palizas estudiantiles, de tensiones, ansiedades, angustias, exámenes, trabajos y agotamiento. Pero piensen ustedes en en cuando todo eso termine, en esa última semana de junio en la que estarán como el esquizofrénico finés, bailando y quizás celebrando que las vacaciones son una realidad. Tal vez por eso sea un fanático de este espectáculo, por su significado, por su cercanía de algo aún más importante. ¡Mucha suerte! ¡Y viva Eurovisión!

 

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