"Sí Albert, viva la Fórmula 1 y la madre que la parió" por Álvaro Alonso

Poco hay más inolvidable que las primeras veces. Piénselo, sea buena o mala experiencia, ese recuerdo, ese momento, se queda grabado a fuego. Y si a eso se le une el hecho de que es algo que se lleva años y años esperando; se crea una explosión emocional irrepetible. Así es, he ido por primera vez en mi vida a un Gran Premio de Fórmula 1.

El camino de ida al circuito lo hicimos tres. Seis largas horas metidos en un coche después de un madrugón de pelotas (lo siento, pero así fue). Llegaríamos justos porque salíamos justos, sin embargo, los alrededores del circuito eran como las carreteras de Los Ángeles pero con dos carriles. Los accesos son un infierno automovilístico promovido por un desastre organizativo; he ahí esa genial idea de ponerle a cuatro parkings una misma salida.

Circuito de Barcelona.

El milagro fue llegar a mitad de las primeras prácticas. Entramos por la puerta 7 y ya de lejos se escuchaba ese sonido que para nosotros es como Bethoven para los culturetas. Era viernes y eso ya parecía Shanghái. Lo primero que vimos fue el merchandasing, que se distribuía por todo el recinto como si nos tiraran los precios a la cara. En seguida nos dimos cuenta de que nuestros planes de comprar unas cuantas telas era inviable. Aunque ello no evitó que ese día la mía camiseta fetiche de McLaren fuese un hecho.

Seguimos nuestro camino, cargados de cosas como unos principiantes y el sonido se hacía más sólido. Y ahí estaba la pista, la graba, los pianos, las bananas y los cansinos carteles de DHL. Yo embobado, mirando a todos lados y rodeado de guiris. Encaró la curva el primer coche, un Alfa Romeo, ni idea de quien era. Luego un Haas, un Williams y un McLaren, que como no me voy a acordar de que era mi gran Oscar. Es probable que nunca olvide este momento, esa primera impresión nunca se borra, ese primer instante, ese impacto que se siente al escuchar esa máquina tan de cerca.

Durante la F2.

El viernes volví a ser un niño, a correr ilusionado por parte del circuito buscando lugares cercanos, fotos y videos que hacer, ángulos de visión diferentes, explorando. Es eso de estar en una nube, esos instantes en los que la emoción domina todos los sentidos.

"Mira es Fernando Alonso, no puede ser, acabo de ver al Nano"

"Un Red Bull, espera, ¡es Verstappen! ¡MAX, MAX, MAX, SUPERMAX!

"Oh, joder, ese es Lando y ese Russell, y otra vez Piastri. Charles, Charles!"

"Qué horror un puñetero Alpine. FERNANDO ALONSO LOLOLOLOOO"

Oscar Piastri durante los Libres 2.

Mi unión a la Fórmula 1 comenzó en el año 2010. Y yo era de esos analfabetos que veía a sus familiares viéndola y decía eso de "qué aburrimiento ver a coches dar vueltas". Me subí a este barco por esa fiebre alonsista de las posibilidades mundialistas que daba su llegada a Ferrari. Pasado el tiempo se ha asimilado que Ferrari es Ferrari y hace las cosas para perder de una forma que Ferrari sólo puede hacer. Llegué tarde, lo sé, no viví los dos mundiales de Alonso, tan sólo he sufrido. Tan sólo he visto caídas de alguien que merece la calificación de mito, de un piloto que nunca se fue, sino que lo hicieron irse.

Nunca he dejado de verla. Otros deportes me cayeron en desidia, aburrimiento, la fórmula no. Ciertos amigos me preguntan por qué y yo no sé la respuesta. Si a mí el tema coches me la traía al pairo. Simplemente la veía, con el paso del tiempo la vivía, la sentía, aficionándome a otros pilotos e inevitablemente terminó en pasión. Un aficionado incondicional. Ahora con un podcast en proceso pues ustedes imagínense. Soy de los que se sienten huérfanos en invierno, sí.

Fernando Alonso con el Ferrari en 2010.

Sábado y domingo tuvieron el mismo sentido, aunque con la pesadez de más personas, más guiris y muchos franceses. La fiebre alonsista gracias al capo Lawrence es una maravilla. La ola verde y nuestro afán muy español de ser un meme. Eso de decir 33 y que todos se giraran, "¿cómo?" Somos un país muy separado, muy enfadado, y muy unido, muy apiñado. Spain is different.

La carrera fue un ladrillo, que sí. Fue una decepción, que sí. Todos los pilotos que formaron mi outfit terminaron en la lona: Fernando, Lando, Oscar y Charles. Sin embargo, yo no perdía ojo de la carrera y la esperanza, porque es lo último que se pierde. Y he aquí uno que estaría otras 66 vueltas ahí clavado. Pero por favor, que esté nublado.

Fernando Alonso en la carrera del GP España.

Todo esto no es una emoción cualquiera, es la emoción de la F1, la emoción de las carreras, de sentirlas desde dentro y no a través de una pantalla. Olerlo, oírlo, grabarlo y acercarse lo más posible. Gritar y animar, aunque evidentemente no te escuchen. Enterarte de lo que ha pasado por la reacción de los demás. Ver en las pantallas que Alonso está a rebufo de Ocon y mirar como de lejos, en la recta, le quita las pegatinas. Compadrear con los demás alonsistas o insultar a la guiri de atrás sin que ella tenga ni idea de lo que se dice.

Esto ya es más que una pasión, porque todo cambia con la experiencia física, cercana y visual. Y los pilotos se ganan mayor respeto por montarse en esas máquinas imperturbables. Sí Albert, viva la Fórmula 1 y la madre que la parió.

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