"Brands Hatch" por Álvaro Alonso
El despertador comenzó a taladrar mis oídos a las 5:20. Qué horror. Después de un par de minutos de cuestionamiento vital, de que mi yo interno intentara convencerme de la fatal idea que es un madrugón en domingo, a la vez que soltaba una retahíla de insultos a mi yo decisor, conseguí ponerme en movimiento. Tengo un odio al hecho de madrugar inversamente proporcional a mi amor por el séptimo arte o a esos coches rápidos de colores que abordaron Interlagos. Entiéndanme, hay situaciones peores, pero pocas más gozosas que ver un rayo de luz por la ranura de la persiana, dar la vuelta a la almohada y continuar el sueño. Poco puede levantarme a tales horas a conciencia; tal vez la radio si el destino me lleva a ella o un día de carreras.
A esas horas Cambridge duerme. Sólo están en pie los que tienen obligación y los mentecatos. Yo pertenezco a estos últimos. El jubilado que me acogió se levantó cuando yo estaba desayunando. Pensaría que era un choro. Al verme ya activo me preguntó con cara de sorpresa, yo le comenté el porqué y el plan con mi adorable spanglish. Veía en sus ojos lo que pensaba, sus juicios fundados, era capaz hasta de leer su mente; este joven es imbécil.
La resistencia de la juventud hay que aprovecharla. Eso dicen. Pasados los años y la asunción de responsabilidades, las personas se atan, las locuras y las aventuras tienen poca cabida. Eso dicen. Reino Unido es la cuna del automovilismo, e independientemente de que tenga una infinidad de lugares a visitar, sería un insulto a mi apasionada condición por este mundillo no acudir a una de esas races británicas. Por mucho que Cambridge no esté situada para ello; a menos de una hora de Silverstone, obliga a bajar a la gran metrópoli para poder ir en transporte público. Era Brands Hatch una mejor idea, mejor comunicado y con un evento de todo un día el domingo 5 de noviembre. Y allá que lancé la aventura.
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Recta principal de Brands Hatch. |
En él se sucedieron múltiples accidentes, que obligaron a ir modificando el circuito con vistas a la seguridad. Pero en ese año, con el grave accidente de Jacques Laffite, la categoría reina del automovilismo dejó Brands Hatch para transladarse de forma definitiva a Silverstone. Fangio, Brabham, Clark o Fittipaldi tuvieron tiempo de correr y ganar en este lugar. Su última carrera fue de esas no puntuables que se hacían por aquellos tiempos y ahí teniamos a Keke Rosberg, René Arnoux o Nigel Mansell. Una vez que la F1 lo abandonó, acogió otras categorías como F3000, Superbikes y hoy por hoy, la DTM, la serie Blanckpain GT, el British Touring Car y el British Superbike Championship.
Llegué tras cuatro horas de buses y trenes. La locura del jovenzuelo. Estaba lleno, brotaban personas de cada rincón, como se suele decir morrocotudamente, estaba hasta la bandera. Ambiente festivo, pero festivo carreras, familias enteras disfrutando de un día con la banda sonora de los motores. Muchas personas pero la mayoría vestidas para la ocasión, ataviadas de todo tipo de vestimentas relativas al automovilismo. Para ellos no sería su segunda vez en un lugar como este, será algo rutinario, vivirán cerca o lejos del circuito, pero doy por seguro que no están cuatro horas de transporte en transporte. Quien fuera ellos, sentí bastantes celos, poder vivir el automovilismo, las carreras y los circuitos como algo más rutinario, como algo no tan lejano, como algo que no sea meramente televisivo.
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Última curva. |
Había mucho papaya, y yo feliz, les sonreía cuando pasaban. Y el que no llevaba puesta alguna prenda de McLaren, la tenía en una bolsa. Será por merchandasing en estos lugares. Te los lanzan a la cara, la diferencia con la F1 es que aquí había precios asequibles, de anteriores años inclusive. Me crucé con un chaval con la camiseta de Piastri. Me salió del alma decirle, “go Oscar!” Lo mismo me respondió. Le comenté que era piastrista y que tenía la misma prenda. Nos dimos la mano, y casi un abrazo.
En esta travesía inicial vi una de las carpas con muchas personas. O daban algo gratis o había alguien importante. Esto último resultó ser. Estaba firmando y promocionando un centro de tests un tal Ben Collins, The Stig. Ni pajolera. Pero por si acaso ahí me puse y él garabateó. En el instante se quedó mirando unos segundos, se hicieron eternos. Pensé que se había dado cuenta del engaño; no sabía quien narices era. O puede que fuera que iba con bufanda, gafas y un gorro del West Ham. En España eso lo llamamos "pintas". Luego me descubrieron que era un miembro de Top Gear. Bueno, pues tengo una postal firmada por uno de esos.
Entré al paddock. No sé si mi entrada tenía ese acceso, pero no pregunté. Lancé mi cuerpo hacia dentro y simplemente no escuché nada a mi espalda. Qué bello, todos los garajes, los coches a medio hacer, puestos en gatos y los pilotos con su crew discutiendo estrategia a su alrededor. Esto no tiene el glamour y elitismo de nuestra F1. Todo es más sucio, carnal, nada se tapa, todo al aire, las carreras al desnudo. Como si todo diera igual. El enfadado (muy británico) del que se ve que la ha cagado, y la felicidad y alegría del que llega a su garaje con un trofeo y al recibimiento de su familia.
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Paddock. |
Poco me enteré de lo que sucedía en pista. Lo normal, no había ni pantallas y no conocía a ningún piloto, así que lo que se oía por megafonía. Hubo carreras de Minis, Pickup Trucks y Camiones. Esto último es lo central y lo más bestia. Los límites de pista en esto carecen de fundamento y dejar hueco al que viene también. Si tienes lo que hay que tener, entra. Ironías de la vida que el camión con el número 33 hizo tres trompos. Que gran mensaje subliminal.
Pasé mis horas en Brands Hatch, recorriéndolo. Observando la acción en pista en diferentes ángulos, investigando todo y llegando hasta donde dejan. Que apasionante y vibrante. Es mi segunda vez y no hace más que aumentarlo. El hecho de amar más eso que para mí empezó en 2010.
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El camión accidentado y por lo que terminó el día de carreras en Brands Hatch. |
Mi aventura terminó al filo de las cuatro de la tarde. Hubo un fortísimo accidente, en la curva en la que estaba, que llevó a uno de esos camiones por encima de las barreras (ilesos todos). Mi bus salía y tuve que pegar la espantada. Pero pude enterarme de que la carrera no se reanudaría, con lo que así terminó el día de carreras en Brands Hatch. Lo que seguiría son festejos y fuegos de artificio una vez que la noche lo barriera todo. Pero el jovenzuelo no pudo quedarse, le esperaban otras cuatro horas de regreso y con la F1 en ciernes.
Me llevé un recuerdo, un coche miniatura de segunda mano, el McLaren de Alain Prost del 1985, con el que ganó su primer Mundial. Y es que si algo he aprendido es que siempre hay que llevarse algo del lugar que se visita. Un objeto que rememore ese momento, por pequeño que sea y aunque poco tenga que ver. Así, cada vez que mire el MP4/2B, recordaré aquella vez que hice ocho horas de trenes y buses para vivir carreras en Brands Hatch.
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Maqueta del MP4/2B de Alain Prost (1985) |
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