"Barry Keoghan" por Álvaro Alonso
Alejado de la toxicidad de Hollywood ha nacido uno de esos actores únicos. Criado al albor del cine europeo de la actualidad y dado a conocer gracias a un cineasta también en auge, Yorgos Lanthimos. Un irlandés de talante lúgubre y característico nacido al norte de Dublín. Si ya estamos hablando de un país con un clima bastante inhumano, imagínense lo que sería metido en una vida que incluye casas de acogida y el fallecimiento de una madre por sobredosis. Barry Keoghan se crio en el dolor, rodeado de traumas para muchos insalvables; como si de un personaje dickensiano se tratara. Tal vez sería una versión contemporánea de Pip, lo que viene siendo un “lad” de existencia desdichada.
Fue en un escaparate donde encontró su salida; un anuncio de
audición para una película, Between the Canals. La actuación daría sentido a su
realidad, y lo profesionalizaría yendo a una escuela para perfeccionarse. Fue
escalando, ganando enteros, y obteniendo papeles cada vez de más envergadura y
en películas de mayor importancia. 71’, Mammal y The Killing of a
Sacreed Deer. Esta última
fue la de Yorgos, que le hizo un papel como si estuviera escrito estrictamente
para él. Hechos el uno para el otro, un actor complejo con un cineasta enloquecedor,
sacó a Barry a la luz.
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En su inquietante papel de The Killing of a Sacreed Deer. (Fuente: Dazed) |
Barry es un intérprete sinigual, hecho a sí mismo a partir de los traumas de su infancia. Capaz de interpretar al más atroz de los personajes, o a ese con el que hay que empatizar. En cada uno de los casos imprimiéndole a su interpretado un alma característica, esa pesadumbre debida un mundo lleno de crueldad. Sus ojos son enfermizos, aciagos y crédulos, atrapa al espectador con una mirada que puede crear pena, a la par que temor por lo que tiene en sus profundidades. En un primer plano parece que esconde todo el significado del personaje, cuando la realidad es que lo está transmitiendo. Dota de profundidad no verbal a personajes de una complejidad propia de este siglo cinematográfico.
Ahora que son los villanos y los psicópatas los más
atrayentes para protagonizar una historia. Barry no sólo tiene el perfil, sino
que se está demostrando como uno de los más dotados para ello. Capaz de
cualquier cosa para la pantalla, para su papel, hasta bailar en pelotas delante
de todas las miradas. Grabaron esa última escena de Saltburn en once tomas: “Podrían
haber sido cuarenta y me hubiese dado igual”. Desenfadado y servil a lo que la
creatividad cinematográfica exija. Lo importante no son las vergüenzas, sino todo
lo que pueda ayudar a que el personaje adquiera vigorosidad y sentido para la
trama.
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En su escena final de Saltburn. (Fuente: Tumblr) |
Barry Keoghan vuelve a bordar la perfección. Aparta su protagonismo cuando el guion lo requiere, apagando el carisma que le caracteriza. Pero él se va haciendo grande, ahogando a cada individuo hasta hacer suya la película, la historia y la casa. Un personaje sin escrúpulos que se desnuda para nosotros, literal y figuradamente en ese baile. “Te la he jugado, te he engañado, os he hecho el lío, a ellos y a ti que estás mirando esto, bobo. Este soy yo, un cerdo pervertido que buscaba exactamente lo que estaba pasando. Y ahora mira como botan mis pelotas, porque todo esto es mío”. Los que dicen que no tiene sentido son los admiradores de la simpleza. Este actor tan sólo está mostrando el inicio de su brillantez, quiere ser un actor de época, el de esta. Tiene los bemoles, pero sobre todo una identidad, un sufrimiento que lo hace real a ojos del espectador. Un intérprete que traspasa la pantalla, de sentimiento, palpable. Como será ese Joker, como será…
Como el Joker (brevemente) en The Batman.
(Fuente: 20 Minutos)
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