"No había excusa esta vez" por Álvaro Alonso

 Si Bette Davis viviera (ojalá fuera eterna) le daría un capón a cada uno. Cuando este arte abre sus puertas al exterior, siempre se ha caracterizado por lo impostado. Una fachada artificial que tapaba las riñas encarnizadas a lo largo y ancho de las colinas angelinas. Tales eran las rivalidades por aquellos años que no era que se pudieran esconder, es que su crueldad era exponerla como forma de humillación. Pero ello no requería caer en la ordinariez, la finura era innata. No todo tiempo pasado es mejor, por el amor de dios no, pero sabemos que estas luchas intestinas prevalecen, sin embargo, nada trasluce, han creado un frontispicio como si de un muro se tratara. Admiramos a otras personas por fascinación y empatía, pero siempre hay algo de asimilación. Cuando todo es actuación, mejor saltarnos estos años y que sean replicantes todos ellos.

Steven Spielberg le entrega el Oscar a Christopher Nolan.
(Fuente: Los Angeles Times)

Noventa y seis años han cumplido los Oscar. La estatuilla dorada que nadie dice querer, pero todos ellos se zurran sin contemplaciones en una campaña cada vez más larga. Es esta edición había poca competición, todo estaba más que vendido desde diciembre, cuando se entregaron los primeros premios. Ante la ausencia de un gran nivel de emoción, era sugestivo comprobar como se las arreglaba la academia para atraerle a usted lo suficiente y que se quedará unas largas horas en el sofá. Optaron por el pim pam pum, como si de un trámite se tratara; una de las galas más cortas que se recuerdan, tan sólo tres horas y media. Cierto es que se agradece, nada había que esperar con ansia, y ante el riesgo de botón rojo del mando, lo hicieron fluir con celeridad. Caparon los discursos previos de presentadores y hasta se deshicieron de la palabrería anual de la presidenta del ente. Gracias.

Fue celebrado el regreso del formato de presentación de intérpretes nominados confeccionado en 2009. Cinco actores y actrices oscarizados en la categoría alabando el trabajo de los que se jugaban la estatuilla. Genial, pero qué son unos Oscar sin el clip interpretativo previo, sin la prueba irrefutable de su presencia en esa lista. Es preferible extenderla y emitir ambas, porque cabe recordar que se celebra el cine, no la fachada. A Robert DeNiro no le gustó, o la forma de entrega o que el que lo hiciera fuera Tim Robbins, o ambas. En sus últimos años ha adquirido ese papel de abuelo antipático, el vejete enfadado con todo el que se le cruza. No obstante, se agradece la sinceridad, la franqueza facial de “vaya bodrio que me estoy tragando”.

Ryan Gosling interpreta "I'm Just Ken".
(Fuente: El Periódico)

Ryan Gosling regaló la patada a la estabilidad de la gala, valorable hasta para los pasotas de Barbie, esa película ordinaria y fastuosa. Sabe explotar su carisma en la justa medida, controlar la idealización que se le suele. Es un actor sutil pero transformador, intachable y nada encasillado. Tal vez sea lo suyo lo único relevante, junto con Margot claro, de ese show en rosa; su check a un nuevo tipo de personaje. En la gala interpretó su canción en la película, “I’m Just Ken”, y se preguntará usted, ¿desde cuando este señor es cantante? Tal vez, después de verlo (póngaselo) sería más relevante cuestionarnos si hay algo que este señor no pueda hacer. Bueno, perdón, caballero.

Presentó el Zidane de los cómicos. Repitió Jimmy Kimmel, el suave, el masajista. Se echa de menos algo de acidez, un poco de riesgo. Se le percibe el miedo al enfado colectivo, a la incomodidad hacia los muñecos allí presentes. Bromas planas pero eficientes. Su ausencia de afán de protagonismo es de admirar en alguien tan representativo de Hollywood. Asume que si ha llegado a esto no es por molestar sino por ser el chistes, un cómico simplón al que el esmoquin le come el personaje. Más un conductor, que presentador, el que hace fluir la acción sin que su presencia la altere. Personifica eso que en la universidad decíamos: "un cinco son seis créditos". Jimmy juega su partida, y es legítima forma de ganarse el lugar, y lo ha logrado, es el fácil, el que nunca los dejará en ridículo.

Christopher Nolan y Emma Thomas, productora de todas sus películas.
(Fuente: Vanity Fair)

Los ganadores fueron todos aquellos que aparecían destinados a ello. Oppenheimer triunfó como pocas lo hicieron a lo largo de su historia, que se puede interpretar como una penitencia ante uno de los grandes directores de nuestro tiempo. Nolanismo, hemos ganado, se ha hecho justicia, hemos visto y llorado con esa imagen de Christopher con una estatuilla en las manos. Lo ha logrado, ha vencido a ese establishmen pulgoso que le negaba el éxito obra tras obra. Pero no piensen ustedes, académicos mentecatos, que esta honra desmedida compensa todo lo demás, lo de Memento, Insomnia, la trilogía de Batman o Interstellar. ¡Por el amor de dios, ni Interstellar!

Nolan ha conseguido su nombre, su marca como cineasta a pesar del desprecio. Ha construido obras inigualables, combinaciones idóneas entre el blockbuster y el fondo de la trama. Un inglés aleccionando al Hollywood en dependencia de los superhéroes simplones. Con Oppenheimer dio el aventurado paso de convertir su característico cine a la película biográfica y parió un relato de entrañas y espectacular. El atractivo en uno de los hitos científicos de la historia, pero centrado en la culpa y remordimientos de ser el responsable de una invención destructiva: I am the destroyer of worlds. No había excusa esta vez.

Robert Downey Jr. tras la gala.
(Fuente: People)

Hasta siete estatuillas acumuló el filme de Nolan, a parte de mejor película y director, Jennifer Lame hizo lo propio en montaje, Hoyte van Hoytema en cinematografía y Ludwig Göransson con esa banda sonora, sin la que carecería de su sentido. Pero también sus dos actores principales cumplieron lo que parecía un trámite. Cillian, nuestro peaky, el sombrío irlandés de elegancia serena, y a pesar de Paul Giamatti. El físico de la bomba atómica venciendo al profesor bizco abandonado por navidad. Esa gestualidad transparente, el sufrimiento de la culpabilidad merecía la dorada. Y Robert Downey Jr., actor eterno y encasillado; cuantos no le demandábamos salir de las películas de artificio y recaer en los papeles de profundidad. Un personaje en el que pudiera explotar su talento y padecimiento personal, en el que se sirva de su identidad poderosa. Nolan se lo ofreció, lo bordó y he aquí el resultado. Que sea el principio de su eficiencia interpretativa, ya que es una necesidad para este arte.

Lloró Da'Vine Joy Randolph de la emoción y recogió uno que estaba seguro desde agosto. Ganadora de todo por un papel diáfano y basado en la soledad en The Holdovers. Lloré (y grité) yo al oír el nombre de Emma Stone, el segundo para la más grande de su generación. Hizo de nuevo poderosa su interpretación frente al discurso politizado y la marca. Impuso algo enorme, al alcance de un puñado de ellas. Bella Baxter lo es todo en Poor Things, uno de esos personajes que impactan en lo más abismal del espectador. El metraje es ella y Emma agarra cada escena con una sobriedad, un desparpajo, un yorgosismo, esa experiencia treintañera de actriz total. Lily Gladstone sufre en silencio como representación de un pueblo expoliado, pero lo de Emma es incomparable, irrepetible, de estatuilla y media. Bette Davis ya no vive, pero ahora al menos tenemos a Emma Stone.

Emma Stone con su segunda estatuilla.
(Fuente: Diario de Mallorca)

Tampoco dejaron margen a la sorpresa en la película internacional. La Zona de Interés era la lógica tras su inclusión entre los nominados a mejor película y director. Menos aún en los guiones. El apartado original fue de la francesa y reluciente Anatomía de una Caída, que tan sólo por la escena de la discusión o el juicio, es ampliamente merecido. Inexplicable e indecente fue lo de American Fiction por delante de La Zona de Interés, Oppenheimer o Poor Things. ¿Qué le debe la academia a esta película? La canción fue la de Billie Eilish para Barbie mientras que en los técnicos destacó la película de Lanthimos. Esa puesta en escena e indumentaria de fábula no podían quedar exentos. Una caracterización tan ilustrada como protagonista de los pasos de Bella: diseño de producción, vestuario y, maquillaje y peluquería. Quedó hueco para un inesperado premio de sonido para la película de Jonathan Glazer y el de efectos visuales para la nueva versión japonesa del monstruo, Godzilla Minus One.

Por cierto, Wes Andeson ya es un cineasta oscarizado debido a su último corto, The Wonderful Story of Henry Sugar. El tétrico y simétrico, el digno y aventajado sucesor de Tim Burton. Ni fue a buscarlo. Ni sabría la fecha de los Oscar. Y se acabó. No crean que no soy consciente de mi extensión, pero enfoquémoslo en el ahorro temporal. Que son diez minutos de lectura frente a casi cuatro horas de gala en una madrugada previa a día laborable.

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