"Un sueño, dos muermos y muchos encajes" por Álvaro Alonso
He de reconocerles que me quedé dormido. No pude resistir a una noche entera de repetición y discursos. Y pido perdón sinceramente, para un apasionado del mundo serie, la noche de los Emmy es una de esas fijadas en el calendario. Admito mi parte de culpa, ya que en este mes aún nos encontramos con los últimos coletazos de las fiestas de pueblo. Pero nada ayuda, si al cansancio se le contrasta con emoción, alteración, gracia o hechos inesperados el sueño se pierde en la adrenalina, pero no fue el caso. Estos premios se han convertido en un “era visto” constante, algo que está escrito desde meses atrás, sin correr riesgo alguno, como si tuvieran miedo a sí mismos. Todos los observan con ojos prejuiciosos, esperando a sacar conclusiones asignatarias, y los académicos cumplen con lo preconcebido como pasando de puntillas y quitándose de en medio rápidamente.
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Eugene y Daniel Levy, los presentadores de la gala. (Fuente: Los Ángeles Times) |
Nunca pensé que llegaría a echar en falta a Anthony Anderson. Su presentación el pasado año fue brillante, el hecho de conducir y no ser protagonista; llevar a término en un gran homenaje a la TV a lo largo de toda su historia. La gala de la nostalgia. En este año, mi sueño fue agravado por el par de presentadores, unos muermos de profesión. Padre e hijo, Eugene y Daniel Levy, que explotaron este hecho hasta la saciedad. La idea era interesante, los protagonistas de Schitt’s Creek, fenómeno años atrás, juntos en un escenario. El resultado fue nefasto, sin chispa, bromas predecibles y ausencia completa de originalidad. Como si hicieran sus deberes en la madrugada previa. Eugene Levy, con esos aires de mayordomo de Downton Abbey, genera la comedia en contraste, y la ideal para ello era Catherine O´Hara. Daniel Levy parecía un principiante con risotadas constantes rompiendo el clímax de la (pobre) chanza. Tan sólo podía fijarme en esas hombreras horrendas mientras mis ojos se cerraban. Después del monólogo inicial salieron a escena el trío de Only Murders in the Building, con Steve Martin y Martin Short, y se reflejó la antítesis, tenían que haber sido ellos. Pero yo ya estaba dormido.
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Jessica Gunning y Richard Gadd. (Fuente: RTVE.es) |
Entiéndanme, fueron galardonados con merecimiento, pero estaba Fargo que, salvo su cuarta temporada, tiene historias y personajes exquisitos. Jon Hamm era premiable, a Juno Temple le podían dar dos, Jennifer Jason Leigh se quedó fuera, pero le otorgaron estatuilla a Lamorne Morris como actor de reparto. Que genial, muy majo el hombre, pero parece más un premio por descarte, que por interpretación. Por el perfil del personaje que por el tiempo de metraje. Me atrevo a decir que cualquiera de los demás sería más creíble; ¿Robert Downey Jr. nada? Farsantes. Jodie Foster ganó el de actriz por ser Jodie Foster en una serie hecha estrictamente para que Jodie Foster ganara. Esta temporada de True Detective es una felonía a su espíritu original, sólo salvable por sus actores, John Hawkes, Kali Reis y, efectivamente, Jodie Foster. Pero me dirán que no sería más apasionante Juno, o Brie, o incluso Sofía o Naomi. El restante, a dirección fue del legendario guionista Steve Zaillian por el enésimo retrato de Ripley, pero esta vez una versión artística y puramente italiana.
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El equipo de Hacks. (Fuente: Rolling Stone) |
En comedia saltó la sorpresa, ya cuando el mayor deseo era que la gala terminara. Pero este tipo de premios tienen el don de hacerlo mal hasta cuando pretenden un volantazo. Hacks mejor comedia, por encima de Curb Your Enthusiasm, What We Do in the Shadows o The Bear. El final disparatado y perfecto de Larry David, el resurgir de la serie ideal de vampiros que estaba muerta o la obra de arte entre fogones y crisis existenciales. Y es cierto, The Bear tiene de comedia lo que María Jesús Montero de gestora competente y fiable, nada. Pero Hacks es Jean Smart (que repitió a mejor actriz por tercera vez) y los brotes de Hannah Einbinder; tiene su gracia, sus capítulos, pero como toda serie cómica de hoy en día sostenida por una gran estrella.
A The Bear la compensaron en la interpretación, sin sobresaltos con Jeremy Allen White y Ebon Moss-Bachrach, mientras que extraño fue lo de Liza Colon-Zayas. Aún no he visto la tercera temporada, pero la valorable era la segunda y tiene el mismo protagonismo que Sira Rego en los consejos de ministros. Es un personaje interesante en las escasas escenas que tiene, suculento y explorable para próximos episodios, ¿para premio? Aquí sí que podía haber sido la de Hacks. Pero esto funciona así, cubrir casillas y poco más. Guion y dirección se las repartieron ambas series; Christopher Storer por dirigir uno de los capítulos más agobiantes jamás emitidos y Lucia Aniello, Paul W. Downs y Jen Statsky por escribir el único pasable de Hacks.
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Jeremy Allen White, Liza Colón-Zayas y Ebon Moss-Bachrach, de The Bear. (Fuente: Hércules) |
El drama de esta edición fue en el Japón medieval. Desde su estreno era una de esas joyas que calificaban como la nueva Chernobyl de la temporada de premios. Pasó posteriormente de miniserie a drama por las vistas de futuro que le ponían y se colocó como imbatible frente a la escasa competencia que tenía, The Crown y The Morning Show (que sí, estaba nominada a todo…). Año débil en este apartado salvado por lo que nombran como un nuevo prodigio de Hulu y FX, Shōgun. Y, por supuesto, cuando la vea ya les diré si es humo o me sumo a las masas. Sus actores principales Anna Sawai y Hiroyuki Sanada, tal y como estaba escrito, se llevaron el Emmy, mientras que el director todólogo Frederick E.O. Toye hizo lo propio por el penúltimo capítulo.
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El equipo de Shōgun. (Fuente: El Español) |
En “otros” ganó Lady Di a actriz de reparto, porque por mucho esfuerzo que le pusiera Elizabeth Debicki, ella era lo de menos. Mayor épica tuvo Lesley Manville por interpretar a Margarita. En “Ritz” dio un recital. Pero es uno de esos casos que la campaña la hace el personaje y poco más se puede hacer para remediarlo. Billy Crudup fue otra vez el actor de reparto por hacer lo mismo, antagonista con buena cara.
La mayor ilusión fue la que nos dieron a los puristas, otorgando el guion al tercero de Slow Horses, y podían hacer los propio con cada capítulo. Una serie sobre espías desdichados, opuesto al modelo Bond, sucios y desastrosos. Ligera pero enorme, con tramas de simples secuestros que se desenmascaran como maquinaciones inmensas. Un metraje naturalmente británico a la par revolucionario en su fondo. Y Gary Oldman es de lo mejor del presente siglo, lo mismo hace de detective cerdo e impúdico que de exquisito y apuesto. Nadie como él va a crear asco y fascinación al mismo tiempo viendo como come un dürum. ¡Bendito seas!
Los académicos no ven más de cuatro o cinco series por edición, que es a su vez lo que premian machaconamente en cada categoría. Es en las técnicas (entregadas el sábado pasado) donde hay un poco más de rigor, ya que votan únicamente los del gremio correspondiente. En las determinantes, donde ejercen toda la muchedumbre, la banalidad y la campaña política prevalece. El voto militante y seguidista frente al mérito. Otro año de Emmys, otro más de arbitrariedades. Pero que sería sentarme a escribir sobre esto si todo fuera felicidad y justicia. Ahora bien, a ver si para los venideros consiguen evitar el sopor, hágase el milagro de 2023, la repetición cubierta de nostalgia. Otros Emmys son posibles, ellos lo demostraron, al menos artísticamente. Lo de la entrega de premios ya podemos darlo por perdido eternamente, aunque existan las excepciones.
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