"Una luz llamada Anora" por Álvaro Alonso

No había puestas esperanzas. O si las había eran escasas. Me decanté por dormir; ante requerimientos mañaneros, aprendí en la universidad que trasnochar por una gala era idea fatal para afrontar la irritación por la cantidad de inmoralidades que resultan. Duerman, amigos, duerman. Descansen, amigos, descansen. Todo fluye mejor, hasta el propio sentimiento de arrepentirse por no haber hecho el esfuerzo. Me perdí una luz serena y brillante, impactante y opaca. Una que se abrió paso en una ciudad sombría por los recientes incendios, una ciudad que significa cine pero que está abarrotada de oportunistas y grotescos. 

Sean Baker, director de Anora y los productores de la película.
(Fuente: Levante-EMV)

Anora lució, como ella misma en la propia trama, con una fuerza sobrenatural se enfrentó a la potencia descomunal que las demás habían desplegado. Fueron cayendo una a una por pesadas, mientras la de Sean Baker, un artista libérrimo y de extrarradio, se iba imponiendo gradualmente en estas últimas semanas. Cuatro estatuillas en una sola noche para él, lo que sólo unos pocos habían logrado anteriormente: Película, Director, Guion Original y Edición. Los académicos, acreditadamente zanguangos en su mayoría, han descubierto repentinamente a uno de esos independientes, que los del nicho habíamos señalado años atrás, sin que nadie se percatara. Baker es fino haciendo su cine, pero salvaje con las historias y personajes; no cree que haya ningún tipo de problemática en presentar sin filtro cualquier historia a un espectador que no considera ni alelado ni censor. Un cine adulto, de lenguaje regio y recto hacia lo que quiere representar. The Florida Project y Red Rocket fueron su introducción artística a su obra definitiva sobre una cenicienta contemporánea.

Anora fue Mikey Madison, su fuerza, su arrebato, su erotismo, su vehemencia, sus tacos, su capacidad de hacer natural que su personalidad amilane a unos mafiosos rusos. Replicando a su director, fue creciendo sin demasiado barullo. De extrema juventud, ha destacado en televisión como una adolescente indolente al lado de Pamela Adlon en Better Things y en cine con Quentin Tarantino en un pequeño pero destacable papel en Once Upon a Time in Hollywood. Fue en esta última donde Baker vio en ella a su Emma Stone, y se ha superado. Todos queríamos ese comeback de Demi Moore, por su formidable y terrorífica interpretación. El simple hecho que una actriz de su talla quiera meterse en esas escenas, que no haya vetado absolutamente nada de lo que su directora ordenara, que introdujera bien profundo en el espectador el dolor de su personaje. El Oscar era de ambas, como de Fernanda Torres, o alguna que se quedó fuera.

Adrien Brody, Mikey Madison, Zoe Saldaña y Kieran Culkin.
(Fuente: El Independiente)

Lo del domingo sí que nos dejó un renacimiento, al menos uno acreditado. Adrien Brody parecía uno de esos actores que después de su momento pasado, terminaba predestinado a papeles secundarios televisivos. Pero lo cierto es que nadie, por lo que sea que haya en esta industria, le había dado de nuevo un papel cercano al de El Pianista. Como arrinconado, como dejado, como ese artista que sólo tuvo una obra. Brady Corbet dejó en sus manos algo grande, tremendamente extenso y en un tono en el que Adrien sobresale: el sufrimiento y la vulnerabilidad. 

Los intérpretes secundarios venían galardonados desde el principio de la carrera. Zoe Saldaña y Kieran Culkin, no han perdido, premio tras permio, campaña impecable e interpretaciones notables, centrando las miradas en sus historias. La primera se hizo inmune a todos los altercados que rodeaban a ese bodrio, y el segundo hizo suya, con su personalidad inherente, una película sobre sus secretos pero no sobre él.

Frente a dos que se venían zurrando desde finales de año, The Brutalist-Emilia Pérez, la academia volvió a premiar a la tercera vía, que viene siendo habitual en temporadas de igualdad tras el aumento considerable de votantes. Una de las que podría haber sido alternativa seria a Anora era Cónclave, que venía con el fuerte empujón inglés de los BAFTA. Finalmente optaron por la razón, aunque este drama papal logró hacer suya la estatuilla que tenía segura, Guion Adaptado. Estéticamente Cónclave es inigualable en este año, Edward Berger y su equipo técnico nos tienen acostumbrados a transformar los escenarios en detalles, oscuridad y obras pictóricas. Es por ello que ha hecho una maravilla con un texto que en la segunda mitad se hunde en el espectáculo, para coronar el esperpento con un final delirantemente Hollywood. Empezar espléndidamente con un vocabulario eminentemente europeo para volantear y estrellarse en lo ordinario. Lo que se ha llevado es por el hecho de ser la cuarta en la terna final.

Fotograma de The Brutalist.
(Fuente: Arquitectura Viva)

Más allá, la innovadora y llorosa película letona Flow fue premiada con gran acierto en la animación, mientras que en la internacional fue castigada la del infausto, pretencioso y majadero Jacques Audiard, Emilia Pérez, frente a una más potente, exótica y mejor contada, Ainda Estou Aquí. En el apartado técnico hubo un desfile de lo obvio: Fotografía la imagen tétrica e ilusoria de The Brutalist, que también se alzó en Banda Sonora; la teatral e ilusoria Wicked, Diseño de Producción y Vestuario; la sobresaliente (y maltratada) parte dos de Dune, sonido y efectos visuales; Maquillaje y Peluquería, The Substance por ese chocante y subversivo final.

A la gala le dieron ritmo y una estructura congruente. Acertaron extrayendo la interpretación de canciones nominadas, cada vez más prescindibles, para hacer homenajes varios; a la saga Bond, Gene Hackman, Quincy Jones... Trajeron intérpretes de clásicos como Billy Crystal y Meg Ryan de Cuando Harry encontró a Sally... Y en un mundillo en el que se excluye de la pantalla a aquellos que están detrás de las cámaras, hacer una honra de sus actores a los nominados en algunas categorías, es un acto de justicia. Atrás queda aquella gala abyecta y ruin en la que algunas de ellas fueron entregadas antes de la ceremonia; queda mucho que repararles.

Conan O’Brien es un tipo brillante. Supo llevarse con aplomo, experiencia y suficiencia. Supo atacar y ensalzar, gags y frenar, música y comedia, reírse de todos y de sí mismo. Desde sus primeras palabras clarificó que su papel no era como el de ese fútil e insustancial Jimmy Kimmel; entendió que él no presentaba, sino que protagonizaba. Improvisó, amenizó e iba enlazando su tarea con el hilo que iba dejando la premiación. Es extraño que estos hayan sido sus primeros Oscar, y más sería que fueran los últimos, a no ser que haya molestado a algunos.

Conan O’Brien, presentador de este año.
(Fuente: Esquire)

Y siempre insistimos, esto no son unos premios, sino una simple campaña de marketing y política que se decanta por el que tiene las mejores cartas. En estos años aún más pronunciada si cabe. Son demasiados los cineastas y artistas que han sido ignorados, por motivos desconocidos para el gran público. Hollywood es un lugar opaco, ajeno y de zancadillas. Los Oscar son una representación de ello. Los de este año volvieron a dejar fuera al director de Dune, Denis Villeneuve, un acto que merecería un castigo iraní. La última de Clint Eastwood, Juror#2, ignorada, como Here, Longlegs, The Outrun, Challengers, Horizon, Saturday Night y en Francia prefirieron Emilia Pérez, a la nueva de El Conde de Montecristo. A Nosferatu migajas y A Real Pain dos nominaciones que, al menos, fueron transformadas en una estatuilla. Megalopolis y Joker: Folie à Deux las mandaron a los Razzie. Año tras año, los Oscar no dejan de ser los Oscar, aunque este año nos ilumine una luz llamada Anora.


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