"Tonto de los cojones" por Álvaro Alonso
La semana que terminó fue una de las que más cuesta arriba se me puso. En el regreso del paraíso tinerfeño de colegueo, todo era recoger, poco a poco. Me asesinaba por dentro el hecho irremediable tener que irme de Bilbao. La pena no surge por lo inmediato, ahora son tiempos de pueblo, de irse, de marcharse, de dejarlo todo y aparcarse unas semanas en el lugar de los recuerdos. Lo que aterra son las fauces de septiembre, siempre tortuosas pero la desaparición del escudo bilbaíno atrona la cabeza.
Hemos de asumir que no existe la
perfección, mucho que busquemos, aparecerá algo que lo perturbe. O que siempre
lo haga, o aparecerán nuevas variables que vengan adheridas a lo nuevo y bueno
que se ha ganado, o que se tiene. Pero si existe algo mejor o peor, lo que se
llama los "pros y contras". Bilbao se me puso delante del camino como
salida a un laberinto personal. La pena surge cuando se tiene que abandonar
cierta comodidad, cuando las circunstancias privan de continuar. Dejarse llevar,
pero bueno, por ahora.
Intervalo. Tenerife ya es un
símbolo vital. La segunda vez que me acogió unos días veraniegos ya tenía yo el
doble de años que en la primera. Recordaba breves instantes de esa visita. Sí
que mantuve todo este tiempo mi pasión por estas islas. Su majestuosidad,
belleza y seguridad de un tiempo envidiable. Su color y paisajes, el entorno
volcánico y tropical. Sus gentes y su vida acogedora. Esta vez fue acompañado
de amigos, y todo lo que ello conlleva. La diversión y el sentimiento de
juventud la combinamos con el turismo de pura raza y una amplia visita a la
isla. Lo hizo perfecto, personas, compañía y un lugar que vale su peso en oro.
El Teide brilla desde cada ángulo
en el que se le puede visualizar, por momentos se esconde entre la neblina,
pero en breves instantes su silueta inconfundible aparecía mientras todos lo
observábamos con fascinación. Me envilece aún observar las fotos que allí hice,
tanto al paisaje como a mis amigos. Se hacen solas, como siempre.
Continuo. Durante la recogida de
cosas, he visto como la habitación se iba volviendo cada vez más hueca, como se
iba vaciando el lugar que me tuvo en estos meses. Cada vez sonaba más eco en
ella. Hasta el último día, tal y como me la encontré, desnuda y esperando al
siguiente que la vista. Se me rompió el corazón en varias ocasiones es
inevitable cuando de pierde algo, todo el mundo en mayor o menor medida sabrá
que significa.
De camino a Santiago transito el camino que me llevó allá por septiembre del pasado año. Ese camino que cuando venía ni quería que se pasara por la cabeza el regreso. Todo un camino verde, rodeado de paisajes norteños y debajo de su nubosidad característica. Me comentó un amigo una interpretación interesante, que tomara esta situación como una pausa publicitaria de la película que más me gusta. Me reía mientras me lo decía, y es que en tiempos de vacas flacas todo nos vale para recuperar la esperanza. Siempre me dice mi abuela ese famoso, de ilusiones vive el tonto de los cojones. Pues me autodeclaro tonto de los cojones. Feliz Agosto!
PD: este sentimentalista patológico
agradece de corazón a todas las personas que participaron en esta aventura
(salvo ciertos profesores). Continuará.
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